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España, en el bando de los ricos

Coro de denuncias contra el proteccionismo de los poderosos

La Cumbre Iberoamericana, clausurada ayer en Madrid, constituye uno de los pocos foros existentes hoy en el mundo que permiten que se sienten a. la misma mesa representantes de países del Norte y del Sur del planeta. Esta peculiaridad la convierte en un lugar de debate privilegiado, pero presenta también, para España, un inconveniente: el de encontrarse esta vez del lado de los ricos.

Los jefes de Estado latinoamericanos no vinieron sólo a Madrid para hablar de comunidad cultural, de democracia política y de libertad. También hablaron de pobreza. Hablaron de la necesidad de un nuevo orden económico internacional, del problema de la deuda externa, del deterioro de los términos del intercambio comercial, del proteccionismo de los países del Norte. España y, en menor medida, Portugal, precisamente como únicos países del Norte allí presentes, acabaron, frente a estos problemas, del otro lado de la barrera. Acabaron, por tanto, de cierta manera, en el banquillo de los acusados, en nombre de sus socios ausentes del club de los ricos.Y es que los países latinoamericanos se sienten hoy engañados. Durante años, los gobernantes de los países del Norte les impartieron doctrina respecto a las virtudes del liberalismo económico y de libre cambio. Les acusaron de ser responsables de sus propias desgracias por no haber sabido abrir sus economías al desafío de la competencia exterior. Y hoy que las van abriendo, he aquí que son los países ricos los que, olvidando sus grandes declaraciones de principios, cierran las suyas.

En la reunión de Madrid se sucedieron las protestas contra esta paradoja. Citando un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el presidente ecuatoriano, Rodrigo Borja, recordó que "20 de los 24 países más industrializados son hoy día más proteccionistas de lo que eran hace 10 años, mientras el 28% de la totalidad de las importaciones procedentes de países en desarrollo se ve afectado por barreras no arancelarias". Su homólogo argentino, Carlos Menem, cuyo fervor liberal no cuestiona nadie, denunció por su parte "el incremento de las barreras proteccionistas en nuestros principales mercados desarrollados, que se manifiesta básicamente por el aumento de los subsidios del sector agrícola y por la práctica creciente de aplicación de medidas de competencia desleal".

El presidente de Costa Rica, Rafael Calderón, afirmó, por su parte: "Para los que venimos del Sur del planeta, causa extrañeza que algunas de las naciones industrializadas se aferren al proteccionismo mientras predican el libre comercio en los foros internacionales".

Frustración

La delegación colombiana, cuyo discurso fue, sin duda, el más brillante de los pronunciados el jueves, resumió la frustración de los países latinoamericanos frente a la actitud del Norte. "Mientras las naciones en desarrollo marchan con entusiasmo en la dirección de beneficiarse del libre comercio y de las reformas económicas, las naciones industrial izadas están en retirada, imponiendo barreras proteccionistas e imponiendo nuevas modalidades de restricción comercial. Estas tendencias se dan justamente cuando los países industrializados se regocijan al proclamar alborozados el triunfo del mercado libre. Los poderosos son hoy más poderosos, y al mismo tiempo más sordos a los planteamientos de las naciones en desarrollo. De acentuarse esta tendencia, el llamado nuevo orden internacional lo único que tendrá de nuevo es una mayor soledad de los pueblos más pobres".

Y la ministra de Asuntos Exteriores colombiana, Noemí Sanin, concluyó: "El despertar a la democracia ha demostrado que no basta con derrotar la dictadura para recuperar la verdadera libertad", al aludir al mismo tiempo a la "tiranía de la pobreza". Era una manera de subrayar que si el desprecio hacia las "libertades formales" abrió el camino en el pasado a muchas dictaduras, su mitificación, hoy, no basta para resolver como por milagro todos los problemas del continente. Fidel Castro, en este sentido, no estaba tal vez tan aislado en Madrid como parecía a primera vista.

Frente a este rosario de reivindicaciones, Felipe González se abstuvo de salirse del guión. Habló de la Comunidad Europea como "espacio compartido de bienestar y seguridad", afirmó que "hace 10 años las economías de América Latina se ahogaban en un proteccionismo estéril, mientras hoy han abierto las ventanas al comercio internacional", y ensalzó las virtudes del liberalismo y del ajuste. No habló para nada, en cambio, ni de nuevo orden económico, ni de deuda externa. No aludió al proteccionismo de una Comunidad Europea de la cual su país forma parte. Por más hermandad cultural que reúna a los congregados en Madrid, el discurso de González fue en un sentido distinto: fue el discurso de un país del Norte.

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