Las trompetas del juicio
La Universidad Menéndez Pelayo acaba de celebrar en Barcelona un curso de verano sobre El Estado de las autonomías 1992. La especificación del año es importante porque, como es bien sabido, el título VIII de la Constitución configura un proceso abierto que ha ido cubriendo sucesivas etapas -e incluso vaivenes- desde la aprobación de la Carta Magna, hace tres lustros.Una de las sesiones se ha dedicado al análisis crítico del pacto autonómico recientemente suscrito por el PSOE y el PP. Durante el coloquio, Miquel Roca calificó el pacto de "tertulia" y posteriormente de "papelín", además de compararlo con la LOAPA. Y ya puesto en vena constructiva y flexible, se permitió una licencia insólita en nuestro ponente constitucional. Refiriéndose a la eventualidad de que las conferencias sectoriales adoptasen por unanimidad la posibilidad de renunciar a la misma en la toma de decisiones, afirmó que CiU "jamás" lo aceptaría. Y subrayó con gran énfasis verbal y gestual el rotundo vocablo: "Jamás", y tras una pausa dramática repitió, 'Jamás".
Debo confesar que nunca hubiera creído que el secretario general de CDC fuese capaz de emitir un mensaje inequívoco. Tampoco parece que él lo creyese, porque una vez proferido le invadió tal emoción que la somatizó y hubo que abrir los ventanales para evitarle un sofoco.
Recuperado de su acto heroico, del que no tengo duda que no sienta un precedente, hizo otra apreciación que considero de mayor entidad y que me mueve a una breve reflexión que no quisiera dejar de consignar. Miquel Roca calificó el proceso de perfeccionamiento del Estado de las autonomías como de "eternamente abierto" y rechazó la interpretación de que el pacto autonómico suscrito por los dos partidos mayoritarios constituyese su broche final. Hay que dejar claro que ni el PP ni el PSOE han pretendido en ningún momento que el pacto fuese la coronación definitiva de la organización territorial del Estado, sino tan sólo un interesante paso adelante en la homogeneización y ampliación de las competencias atribuidas a las comunidades del artículo 143 de la Constitución, llamadas coloquialmente de: vía lenta.
Sin embargo, el deseo manifiestamente expresado de que la culminación del diseño del Estado coincida con el omega de los tiempos resulta intranquilizadoramente revelador y nos augura días innumerables, de sobresaltos y zozobras. Naturalmente, hay quien vive de, las frustraciones ajenas y no por ello las estimula. El nacionalismo es como la música, que alimenta deseos que ella misma nunca llega a calmar, y cabalga sobre la insatisfacción permanente, jadeando sin tregua en pos de lo inalcanzable. En otras palabras, un nacionalista satisfecho es un nacionalista que deja automáticamente de serlo, y apagada la llama de su sufrimiento, adiós a las mayorías absolutas construidas sobre la apelación a los instintos. Si se llegase, y ojalá no sea demasiado tarde, a una solución armónica, estable y duradera para el Estado de las autonomías, la mayoría gobernante en Cataluña se vería obligada a dejar de gemir para empezar a gobernar y a sustituir los plañidos por los argumentos. Y es que el gobierno, sobre todo el gobierno eficaz, es mucho más difícil que la reivindicación.
El secretario de Estado para las Autonomías reconoció en el curso de las discusiones, con sinceridad que le honra, que la dificultad de ultimar con éxito el proceso autonómico radica en la existencia de discrepancias profundas sobre el modelo a aplicar. Yo me atrevería a ser menos, púdico y a establecer con toda claridad que las diferencias son de carácter conceptual y que los objetivos finales son divergentes. Mientras unos intentamos, con mejor o peor fortuna, pero con buena voluntad, mirar hacia el futuro, otros se extasían en añoranzas de siglos pretéritos al 1714 o divagan sobre el Imperio astrohúngaro. Mientras unos ponemos nuestro modesto esfuerzo en construir una España capaz de entrar con pie firme en la Europa del siglo XXI, otros se afanan en deshacerla y hablan de Flandes, de Lituania o de Checoslovaquia, cuando más les valdría contemplarse en los fragmentos del espejo yugoslavo para actuar más responsablemente. Mientras unos propugnamos la renovación democrática de las instituciones para recuperar la dignidad nacional, otros se sientan a dialogar con los encubridores y apologetas del crimen en mesas manchadas de sangre inocente.
Ignoro si el despertar de Miquel Roca al son de las trompetas del juicio definitivo hallará resuelto el problema del Estado de las autonomías. Por una parte, así lo desearía. Por otra, lamentaría privarle de la dicha imperecedera a la que se ha hecho merecedor por sus continuos desvelos al servicio de un Estado que curiosamente sueña eternamente inacabado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.