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Las figuritas de plomo resisten en la era electrónica
En el siglo XIX, los niños jugaban a los soldaditos, los chupaban y luego sufrían de unas náueas conocidas como el mal del plomo. En el sigloXX, los niñosse han convertido en adultos; y el estaño, el plástico y la resina sintética han sustituido al plomo y han matado a la enfermedad. Entre el coleccionismo y el juego, las figuritas de plomo resisten con dignidad la amenaza de los juegos electrónicos en los nuevos tiempos.
Cada año, en el mes de julio, se celebra una exposición de miniaturas de plomo en el Centro Cultural Galileo (Fernando el Católico, 35). La de este año -aún se puede visitar hoy- reúne a los soldaditos y a sus últimos hijos: 350 piezas cuyo tamaño oscila entre los 25 y los 90 milímetros. Todas las tendenciás están presentes: clásica, imaginaria y de ficción. Aztecas y conquistadores, piratas con cacatúa, húsares y dragones se codean con elfos, orcos y otros duendes y con las extrañas criaturas que han surgido de películas como Alien II o Terminator.La utilización de materiales más moldeables y un peculiar sentido de adaptación a los nuevos tiempos han flexibilizado la imaginación. Soldados de la guerra del Golfo acompañan ahora a los antiguos lanceros. "Hay gente que ya está haciendo figuritas de la guerra de Yugoslavia. Les basta con ver los uniformes y las armas en televisión", asegura el organizador de la exposición, Vicente Pérez de Ponga.
Idéntica fidelidad histórica ha introducido un nuevo tipo de mujeres en miniatura. Militares israelíes o estadounidenses alternan desde hace unos años con rotundas Venus semidesnudas, más conocidas en el lenguaje de la afición como niñas Phoenix, por la casa estadounidense que las fabrica. Pero los símbolos sexuales siguen tirando mucho. Uno de los trofeos de este año ha recaído en un la mujer que, en el interior de un árbol hueco, contempla su bola de cristal con los brazos en alto y los pechos aún más arriba. Es La diosa en el árbol. Las nuevas criaturas, de fantasía y de ciencia-ficción, son aún más diminutas en un mundo que se rige por la norma: cuanto más pequeño más dificil; y cuanto más dificil, más interesante. Mientras las figuras clásicas miden entre cinco y nueve centímetros, las más recientes no sobrepasan los tres centímetros de altura.
Hay pocos modelistas en esta peculiar artesanía. Las piezas, procedentes normalmente de EE UU y el Reino Unido, vienen preparadas en una caja y la maestría del aficionado se mide, en realidad, por su habilidad pintando. El precio de cada figura en bruto oscila en torno a las 1.000 pesetas, y los botes de pintura suelen salir por 200 pesetas. El precio final depende de la calidad y del tiempo empleado. "Las figuras de fantasía te pueden llevar una tarde, y las clásicas, unas cinco, pero es difícil contabilizarlo. Hay objetos que te llevan años", asegura Vicente.
La poesía de lo pequeño
No hay escuelas para los miniaturistas del plomo. Aprenden comparando y practicando, como muchas de las 3.000 personas que han acudido al Centro Cultural Galileo para observar, sobre todo, los detalles: las doradas botonaduras de los regimientos, las calaveras a los pies de los indígenas, los juegos en el color de las casacas y hasta el pedacito de baguette y el vaso de rouge que tiene ante sí Napoleón Bonaparte.Entre las piezas más admiradas destaca un pequeño Colón, elegido como figura conmemorativa del concurso internacional de miniaturas que se celebrará en septiembre en la ciudad inglesa de Folkstone.
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