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Bush no acudió a la regata del V Centenario y del día de EE UU en Nueva York

Antonio Caño

¡A quién le importaba que no acudiera George Bush si estaba presente el gran Walter Cronkite! Nadie echó de menos al presidente cuando la voz magistral del mejor periodista norteamericano de todos los tiempos, anunciando el inicio de la ceremonia, coincidió con la entrada en la bahía de Nueva York de las tres carabelas, con sus velas legendarias empapadas por la lluvia. La Estatua de la Libertad, medio tapada por las nubes, no pudo verlo.

El príncipe Felipe, más alto que el más alto de los norteamericanos, estuvo un poco solo en la tribuna de la isla del Gobernador. Rompiendo la tradición que obliga a los presidentes de turno a presidir los desfiles navales en esta ciudad, Bush no acudió. Prefirió captar votos para su reelección en Florida y Carolina del Norte. Estuvo representado por Andrew Card, ministro de Transportes.Pero eso importa poco en Nueva York. Esta ciudad no vive pendiente de los designios del Gobierno. En esta gran ceremonia del paso por el río Hudson de la mayor regata de veleros del mundo estaban presentes los que cuentan en la Gran Manzana: el presidente de Wall Street, Richard Grasso, y el 106º alcalde de la urbe, David Dinkins.

El Príncipe no pudo disfrutar de mucha atención oficial ni de los periódicos -en parte porque los representantes diplomáticos españoles en EE UU ni siquiera habían hecho una nota de prensa sobre su presencia-, pero sí escuchó durante el acto a los que hay que escuchar aquí: a los cantantes de éxito en Broadway y al coro de niños negros de Harlem. Todos rodeados de miles y miles de espectadores.

Ayer tenía que ser verano en Nueva York, pero la mala suerte quiso que fuese casi un día de invierno. El Príncipe, que estaba acompañado de Luis Yáñez, vio pasar delante de él y perderse en las profundidades de Manhattan a 266 veleros de 26 países, entre ellos el buque escuela español Juan Sebastián Elcano. Tras el desfile, don Felipe partió en el muelle una réplica de chocolate de una carabela.

Tras la Pinta, la Niña y la Santa María, el primer barco en pasar fue el Eagle norteamericano, que soltó patrióticos chorros de agua azules y rojos cuando la cantante Melba Moore entonaba el Dios bendiga América. Cerró el desfile el más viejo de los participantes, la Gazela de Philadelphia, con 106 años. Los buques habían salido hace cuatro meses de Génova, Cádiz y Lisboa.

El recorrido comenzó sobre las 9.30 en el puente Verrazano, que lleva el nombre del navegante florentino que surcó estas aguas por primera vez, en 1524. Cuando Verrazano vio este lugar lo describió como un territorio tranquilo rodeado de pequeñas colinas. Nueva York se parecía ayer un poco a aquel viejo paraiso poblado de indios; los rascacielos se habían escondido entre la niebla y la gente celebraba su fiesta nacional del 4 de julio.

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La capital del mundo moderno había decidido prestar sus costas para el lucimiento internacional. Cada país trajo lo mejor de su flota, y Cronkite regaló a cada uno un elogio. Las nuevas repúblicas -Estonia, Ucrania, Rusia- lucían por primera vez sus enseñas en un gran acontecimiento. Y los viejos colonizadores -España, Portugal, Italia- ponían en el paladar de este pueblo joven el sabor de las antiguas gestas. Fue la mejor celebración posible del V Centenario del Descubrimiento de América. Es cierto que los políticos ayudaron poco, pero la historia se bastó por sí sola para lograr un gran espectáculo. Algunos de estos barcos y otros nuevos volverán a navegar en el año 2000 para para celebrar la entrada del siglo. Pero para España fue ayer un día tan especial que parecía que el nuevo siglo ya había entrado.

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