JEAN DANIEL Audacia democrática en Israel
La victoria de los laboristas en Israel ha sido acogida con un alivio casi general. En primer lugar puede explicarse, al menos en algunas partes del mundo, por el consuelo que procura el espectáculo del buen funcionamiento de una democracia. Un responsable palestino no dudaba en confiarme: "Sabe Dios que nosotros nos consideramos víctimas del Estado hebreo, pero nos inclinamos ante el respeto de las reglas democráticas que ese Estado impone a los suyos". Por supuesto, también entra en juego el hecho de que los electores israelíes hayan votado en el sentido que se esperaba. Si bien es cierto que en el caso de Argelia tuvo lugar una primera vuelta de elecciones verdaderamente democráticas, fueron los islamistas quienes se disponían a recoger los frutos de un progreso casi único en el mundo árabe. Y además nos hallamos ante un Estado, el de Israel, en el que no se ha aplastado a la izquierda y donde el nacionalismo religioso ha sido mantenido a raya. No es algo muy usual en este fin de siglo tras la implosión del mundo soviético.El alivio de Estados Unidos tiene una razón más precisa. Isaac Shamir se había convertido en la bestia negra, Incluso en el hombre a derrocar a ojos de George Bush y de James Baker. El temible jefe de la derecha israelí frustró a la Administración de Washington la posibilidad de alcanzar los objetivos de la guerra del Golfo frenando la negociación con los palestinos y haciendo así abortar el famoso nuevo orden mundial en el cercano Oriente. Las medidas de retorsión americanas no se hicieron esperar. Por primera vez en la historia de las relaciones entre Jerusalén y Washington, no le fueron concedidos, al Estado hebreo los créditos indispensables para instalar a los nuevos emigrantes rusos que llegaban por centenares de millares. Isaac Shamir se obcecó en adoptar frente a Estados Unidos una actitud gaullista: la del desafío. A cada viaje de James Baker a Israel correspondía una nueva implantación de colonias judías en los territorios ocupados.
Con el apoyo declarado del muy poderoso presidente del Congreso Mudial Judío, James Baker jugó entonces la carta de David Levy, ministro sefardí de Asuntos Exteriores (de origen marroquí), contra Isaac Shamir. En el mismo momento, Sharnir neutralizó a su ministro. A continuación, Bush decidió apoyarse sobre Isaac Rabin, que después de haber sido el general vencedor de la Guerra de los Seis Días, se había convertido en el adulado embajador de Israel en Washington, trabando sólidas y duraderas amistades en todos los medios. En Estados Unidos, la victoria de Rabin se considera discretamente como una victoria americana.
Isaac Shamir se había encerrado en un espléndido aislamiento donde veía la confirmación de lo bien fundado de sus posiciones. Según cierta lógica de los pioneros del Estado judío, la soledad es la condición de la independencia, y entra dentro de la tradición de Israel el encontrarse solo frente a todos. Para nadie es un misterio que Shamir mantenía pésimas relaciones con François Mitterrand, amigo íntimo de Simón Peres, y considerado durante mucho tiempo como el jefe de Estado occidental más cercano a los israelíes. Es verdad que una parte del éxito de ese pequeño Estado rodeado de Estados hostiles se deriva del hecho de haber sido capaz de forzar el destino. Pero los electores israelíes han. sabido por instinto que esa lógica ya no podía aplicarse. No fue Israel quien ganó la guerra del Golfo. Por ello, Israel fue desposeído de su misión de asegurar un orden occidental frente a los aliados árabes de la antigua Unión Soviética. Estados Unidos concluyó una nueva alianza con poderosos Estados árabes y musulmanes que no han cesado de reclamar la solución del problema palestino, porque sus extremistas lo utilizaban como tema capaz de movilizar a la opinión pública. El jefe del Estado egipcio, Hosni Mubarak, que, sin embargo, es uno de los principales beneficiarios de la ayuda masiva americana en el mundo entero, no dejó de hostigar a George Bush sobre este punto.
En varias cancillerías se entregan al placer de construir guiones optimistas. Isaac Rabin comenzaría con un gesto: congelaría las implantaciones de nuevas colonias. Poco después, Estados Unidos concedería los créditos negados. A continuación, los Estados árabes presentarían de nuevo su proposición de levantar su bloqueo a cambio de una negociación entre Israel y Siria para devolver, o al menos neutralizar y desmilitarizar, los altos del Golán. La conferencia llamada de Madrid se reanudaría entonces sobre el tema del estatuto de una autonomía concedida a los palestinos, y al mismo tiempo sobre cuestiones económicas, financieras y técnicas, como, por ejemplo, el problema del agua para todos los habitantes de las riberas del Jordán. Los informes están listos. Incluso ha aparecido un libro oficioso que contiene un diálogo entre un responsable israelí y un responsable palestino, miembros ambos de su delegación en Madrid.
Un cambio tal en la situación es sin duda poco probable: se puede predecir el desencadenamiento, en ambos campos, de las fuerzas hostiles a un arreglo. En tales situaciones, los más activos y los más fanáticos son aquellos que son minoritarios. Compensan su derrota mediante demostraciones de su capacidad de perjudicar. Así, por ejemplo, en los territorios ocupados los islamistas proceden sistemáticamente al asesinato de árabes sospechosos de colaboracionismo con las autoridades israelíes; pero también, y es un hecho más grave, al asesinato de personalidades dispuestas a llegar a un entendimiento con la izquierda israelí. En cuanto a los activistas israelíes, religiosos o no, invocan todos la legitimidad bíblica contra la legitimidad internacional, y ya se han declarado dispuestos a todo cuando llegue el momento.
En todo caso, los electores israelíes en su conjunto parecen haber comprendido varias cosas esenciales. En primer lugar, han experimentado en su propia carne, desde los misiles Scud, que la población civil no es invulnerable, aunque todavía puedan salir victoriosos. Han comprendido que no podían ir perdiendo sus más incondicionales aliados uno a uno, comenzando por Estados Unidos. Y, sobre todo, han descubierto que si el mundo, América, la Comunidad Europea, la ONU e incluso los grandes países árabes estaban dispuestos a concederles todas las garantías de seguridad -lo que para Israel constituye una victoria que merecería ser celebrada-, esas mismas instituciones ya no estaban dispuestas a resignarse a la ocupación de territorios que ponen en causa la estabilidad de la región y multiplican los focos de tensión en un mundo dividido. Citemos las palabras de un historiador israelí que después de haber oído los resultados de las elecciones el martes por la noche decía: "Nuestros conflictos son arcaicos, sabemos que nuestras posibilidades se encuentran entre un desgarro a la manera yugoslava y una federación al modo europeo".
es director del semanario Le Nouvel Observateur.
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