La superpoblación y el Vaticano
El editorial de su periódico del domingo 7 de junio sobre la superpoblación mundial abiertamente responsabiliza a la Iglesia católica de bloquear la discusión sobre dicho tema en la así llamada Cumbre de Río., El editorialista, siguiendo una línea monocorde de opinión, que insiste en quePasa a la página siguiente
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la superpoblación es el gran mal del planeta, no se recata en sugerir que los intereses de la Iglesia católica no son sólo de índole moral, sino que, en su afán de aumentar el número de adeptos, fomenta la superpoblación entre los pobres.
Evidentemente, las naciones pobres de la Tierra, las despectivamente llamadas del Tercer Mundo en un intento retórico de distanciarlas de las nuestras, no están pobladas en exceso porque sigan consignas del Vaticano. El aumento de la población en esos países tiene razones muy diversas, imposibles de resumir aquí. No obstante, permítanos exponer algunas ideas fácilmente comprensibles ajenas a cualquier cientificismo.
En países donde no existen los seguros sociales, tener hijos representa simplemente la oportunidad de defenderse y sobrevivir: de cultivar la tierra en familia, de asegurar algún alimento cuando ocurre la enfermedad o el accidente, de ser amparado en la ancianidad. La superpoblación representa su única fuerza frente a las naciones ricas y poderosas. Estas naciones se sienten amenazadas por eventuales conflictos y por el lento pero imparable pro ceso de migración de los pobres del mundo hacia Europa y Norteamérica. Holanda, donde se es tima que dentro de 25 años puede haber más inmigrantes que holandeses, pone de relieve la naturaleza del disturbio ecológico que nos amenaza. Lo que no consiguió Solimán el Magnífico en el siglo XVI lo pueden conseguir los turcos del siglo XXI por la vía pacífica. No menos importantes como armas psicológicas que conmueven e inclinan a la compasión son el hambre y la muerte colectivas en los países pobres. Creo que lo que nuestras sociedades opulentas pretenden limitando el crecimiento de la población en los países pobres es abortar esas amenazas, porque incluso consideramos una intromisión de mal gusto, una amenaza a nuestro bienestar, que la noche de Navidad alguien nos ponga en la tele decenas de niños harapientos comidos de moscas.
El problema de los países pobres es nuestra insolidaridad y nuestra codicia. La mayor dificultad para su desarrollo no es que engendren hijos para compartir la miseria, sino el expolio de sus materias primas a precios indecentes, para mayor gozo de multinacionales y yupies, y una deuda externa, impuesta por los poderosos, que ahoga sus economías- Manuel L. Fernández Guerrero y Sol de Mosteyrín. .
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