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DEBATE EUROPEO

Unos candidatos que se lo piensan

El 'no' danés refuerza las dudas sobre la adhesión de Austria, Finlandia, Suecia y Suiza

El inesperado no danés ha dado alas al movimiento anticomunitario en los cuatro países que ya pidieron oficialmente su adhesión al preciado club de los Doce: Austria, Finlandia, Suecia y Suiza.

Los cuatro comparten una serie de características comunes que contribuyen a reforzar poderosamente la artillería dialéctica de los eurófobos. La primera -que les asimila además a Dinamarca- es que gozan de un nivel de bienestar social y de servicios públicos hoy superior a la media comunitaria.

Esta situación alimenta en sus opiniones públicas el temor a una "nivelación hacia abajo" como consecuencia de una eventual incorporación a la Comunidad. Máxime cuando en Suecia, por ejemplo, el Gobierno conservador justifica su política de ajuste de corte neoliberal -con el fuerte aumento del paro que está provocando- por la necesidad de convergencia económica, con la Comunidad.

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Son países, también, con una fuerte conciencia ecológica y normas muy estrictas en este campo, más estrictas, en todo caso, que las hoy vigentes a nivel comunitario.

En resumen, los ciudadanos de los países candidatos (y muy especialmente los suecos) consideran que tienen un sistema de salud envidiable; que gozan de una protección del medio ambiente por lo general más completa que el resto de Europa; que sus consumidores están efectivamente protegidos contra los abusos de los productores. No asimilan, por tanto, como lo hacen los ciudadanos de los países mediterráneos, la integración en Europa con un salto necesario hacia la modernidad y el bienestar.

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Además de ser países ricos, los candidatos son también países con una economía en parte protegida, como es el caso, por ejemplo, de Finlandia. El sector agrícola en este país sigue fuertemente subvencionado, lo que complica su apertura hacia el exterior. En estas condiciones, el Gobierno de Helsinki ha insistió reiteradamente en su voluntad,de pedir concesiones especiales a Bruselas para este sector una vez iniciadas las negociaciones.

Neutralidad

Austria, Finlandia, Suecia y Suiza comparten también otro elemento común que dificulta su eventual adhesión a la Comunidad: una política exterior de neutralidad y de independencia frente a las alianzas militares. Fruto de las contingencias heredadas de la II Guerra Mundial en el caso de los dos primeros países, y de una libre elección por lo que se refiere a los dos últimos, se trata desde decenios del principal pilar de su diplomacia.

Bien es cierto que el final de la guerra fría tiende a flexibilizar lo que todavía ayer eran rígidos esquemas internacionales. Pero el alineamiento en la política exterior común de los Doce -ahora que éstos, además, buscan elaborar una política de defensa conjunta- significará de cualquier modo para la diplomacia de los cuatro países candidatos un giro copernicano.

Los adversarios de la adhesión no dejan de subrayarlo, y con más vigor todavía después del referéndum danés. Es el caso, por ejemplo, de Suiza, donde el prurito nacionalista llegó a impedir hasta ahora el ingreso en las Naciones Unidas. La incorporación al Fondo Monetario Internacional fue decidida por referéndum hace apenas unas semanas.

Consciente del carácter delicado de un debate público sobre este tema, el Gobierno austríaco, por su parte, resolvió obviar el problema al evitar cuidadosa, mente mencionar la palabra "neutralidad" en el memorándum que mandó a los Doce para solicitar la adhesión. "Austria se identifica totalmente con las metas de política exterior y de seguridad de la unión europea", rezaba simplemente el texto.

Los políticos austríacos, por lo demás, han empezado a cuestionarse el mismo concepto de neutralidad. Frente a los conflictos de tipo nacionalista que se multiplican a su alrededor, toman conciencia de su vulnerabilidad y de la conveniencia de integrarse en un sistema de defensa mas amplio.

A espaldas del pueblo

El referéndum danés ha dado fuerza a otro argumento utilizado por los eurófobos: las negociaciones de adhesión se están llevando a cabo a espaldas de los pueblos que, cuando se les consulta, desautorizan a sus dirigentes políticos. Un argumento con un impacto real en unos países cuya democracia goza de un fuerte arraigo, e incluso, como en Suiza, de una fuerte tradición de consulta popular directa.

No es sorprendente, por tanto,, que la reivindicación de un referéndum para ratificar la adhesión a la Comunidad Europea movilice hoy a los adversarios de Europa en cada uno de los países candidatos, y que nadie, hoy por hoy, se arriesgue a apostar por el resultado de tal consulta.

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