Cambios de pareja
ES POSIBLE que, como aseguran sus rivales, Aznar peque de susceptible, pero debe admitirse que no le faltan motivos: desde los desconcertantes movimientos de Fraga hasta las periódicas irrupciones de Mario Conde en el escenario político, pasando por las advertencias del presidente de la patronal, José María Cuevas, no hay semana sin sobresalto para el líder de la derecha. Lo de Fraga parece obedecer más a rasgos de su carácter que a una deliberada voluntad desestabilizadora. El banquero Conde multiplica sus pronunciamientos políticos, pero, el martes dijo por televisión que no tenía ninguna intención de cambiar de oficio: tal vez porque no es seguro que con ello aumentara su influencia social. En cuanto a Cuevas, la reunión del miércoles sirvió para detener la batalla de frases, pero no para borrar las discrepancias que la provocaron.El conato de ruptura entre la patronal y el principal partido de la derecha guarda cierta simetría con el divorcio entre los socialistas y la UGT. Ambas separaciones vienen a reflejar que el dinamismo, de la sociedad española actual se aviene mal con la rigidez de los esquemas ideológicos preestablecidos. Hay, sin embargo, una diferencia. Socialistas y ugetistas rompieron cuando los primeros ya estaban en el Gobierno, mientras que los populares se encuentran en el momento de articulación de su propia alternativa: una propuesta diferenciada, representativa de los intereses de su base social y susceptible de aglutinar una nueva mayoría. De ahí que el enfrentamiento latente con la patronal pueda interpretarse como un síntoma de debilidad política de Aznar. Cuevas contribuyó a desplazar a Hemández Mancha y a aupar a Aznar, precisamente por considerar al primero "poco orgánico" respecto a los intereses que constituyen el eje de cualquier alternativa conservadora.
Sin embargo, la estrategia del nuevo líder, resultado de combinar la búsqueda de una imagen de centro con una línea de enfrentamiento con el Gobierno en todos los terrenos, resulta contradictoria con las expectativas de al menos un sector del empresariado. No porque ese sector no prefiera en teoría un Gobierno de la derecha, sino porque, en tanto llega su momento, esa estrategia se realiza con frecuencia a costa de sus intereses. Ciertamente, el presidente de un partido que aspira a gobernar tiene que tener relaciones con los sindicatos, pero aprovechar la convocatoria de una huelga general para hacer público el noviazgo es algo que no podía dejar de molestar a una patronal en plena batalla contra esa movilización. El miércoles, Cuevas no regateó elogios a las propuestas del PP sobre la convergencia. Pero no resulta sorprendente que a la vez reiterara su convencimiento de que sería preferible un amplio consenso en tomo al plan realmente existente, que de momento es el del Gobierno. Que los dirigentes del segundo y el tercer partidos nacionales se entrevisten, nada más lógico. Pero que, tras pretender hacerlo a escondidas para que no se diga, acaben convirtiendo el encuentro en una sesion fotográfica para que se diga resulta un poco ridículo y seguramente desconcertante para buena parte del electorado potencial del PP. Porque una cosa es la separación, y otra, los cambios de pareja.
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