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FERIA DE SAN ISIDRO

El toreo al natural no existe

Enrique Ponce obtuvo un triunfo sin haber toreado al natural para nada. Se ve que el toreo al natural no existe. El toreo al natural, que siempre se consideró la suerte básica del toreo, está empezando a quedar de recuerdo y pronto será una añoranza propia de aficionados antiguos, que siempre están dando la lata con sus batallitas. Pero no sólo obtuvo el triunfo Enrique Ponce sin necesidad de torear para nada al natural; tampoco necesitó matar a sus toros no ya como mandan los cánones, sino como exige la más mínima vergüenza torera. Sencillamente, les pegó sendos mandobles en los propios bajos indefensos, y se quedó tan ancho.El público también se quedó tan ancho. Mejor dicho, se quedó transido de la emoción. Al ver cómo atravesaba el toro aquel infamante sablazo carnicero gritó: "Bieeen!". Y se puso a pedir la oreja. Y el presidente la concedió. Y hubo ovaciones estruendosas. Y a eso lo llaman la primera plaza del mundo.

Puerto / Litri, Cuéllar Ponce

Cuatro toros de Puerto de San Lorenzo (dos fueron rechazados en el reconocimiento), con trapío y encastados; 2º y 4º nobles; 6º, inválido, bravo y pastueño. 5º de Viento Verde, con trapío, manso reservón. 2º, del mismo hierro, devuelto por inválido. Sobrero de Peralta, bien presentado, noble.Litri: bajonazo escandaloso (pitos); metisaca alevoso en un costado" pinchazo, rueda de peones -aviso- y cae el toro (pitos). Juan Cuéllar: estocada y tres descabellos (pitos); pinchazo, otro saliendo revolcado, media atravesada, rueda de peones y dos descabellos (silencio). Enrique Ponce: bajonazo descarado (minoritaria petición, ovación y también protestas cuando sale a los medios); metisaca alevoso en un costado (oreja con algunas protestas). Plaza de Las Ventas, 5 junio. Corrida aplazada el 29 de mayo por lluvia. Lleno.

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"Aún no me han visto en Madrid", dice Ponce.

Por allá en los altos del graderío surgían protestas aisaladas de algunos aficionados, que ahogaba el triunfalismo desbocado. Pero nadie les hacía caso; a lo más, los enfervorizados espectadores de alrededor les miraban con recelo, temerosos de que les fueran a quitar la cartera. El aficionado de Las Ventas se ha convertido en una especie de peligro público, al que se debe echar con cajas destempladas. El aficionado es un sujeto molesto, que si salen toros inválidos protesta, que si un torero se alivia con el pico lo denuncia, que si no para de pegar derechazos pide "¡la izquierda!", y si ve un bajonazo echa por la boca sapos y culebras. O sea, la Santa Inquisición.

El disgusto de esas pocas docenas de aficionados era tan fuerte como el entusiasmo de los miles de espectadores que se rompían las manos de aplaudir. Quizá más. Porque las cuestiones del toreo producen-en los aficionados sentimientos profundos. Por ejemplo, los dos redondos de inusitada belleza que Enrique Ponce instrumentó en su primera faena, y luego, sus vérónicas de espléndida factura al sexto toro, les llegaron al alma. A los aficionados siempre les ocurre igual: cuando el arte de torear surge verdadero, ni siquiera hace falta que pase por los fielatos del raciocinio pues les abre de par en par las puertas del corazón, mientras cuando surge falso, esas puertas no se las abre así lo ordene la Guardia Civil.

Lo que hicieron Litri y Juan Cuéllar estaba claro que andaba lejos del toreo verdadero. Lo de Litri, en sus antípodas; lo de Cuéllar, no tanto. Litri trapaceaba al noble cuarto toro con el estilo propio de las antiguas charlotadas, y Cuéllar se dejó ir sin torear uno de los toros más boyantes de la tarde, que fue el segundo. Cuantos más pases daba, menos conseguía templarlos. Los otros toros de ambos diestros resultaron inciertos y se limitaron a machetearlos. El temple, el gusto, la armonía de Enrique Ponce, constituyeron un contraste demasiado evidente con semejantes formas, es lógico. Su primera faena transcurría decorosa hasta que instrumentó aquellos dos redondos monumentales, y llevaba cinco minutos de trasteo cuando se echó la muleta a la izquierda, dio tres pases de compromiso y reemprendió la producción seriada de derechazos. En su segunda faena los tres naturales de compromiso los dio antes, para a continuación explayarse en la teoría del derechazo. Hubo, entre los derechazos, algunos excelentes y otros menos, y bordó los ayudados a dos manos, las trincherillas y los pases de la firma. Después perpetró el infamante metisaca y estalló el júbilo en los graderíos de la primera plaza del mundo.

Eso de primera plaza del mundo es una cosa que tiene gracia, ¿verdad?

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