Traspié danés, traspié europeo
EL RESULTADO adverso del referéndum celebrado en Dinamarca el pasado martes para la ratificación del Tratado de Maastricht ha creado una grave crisis interna en aquel país y otra, no menos significativa, en el seno de la CE, por más que, casi con seguridad, se termine encontrando una salida al embrollo creado por Copenhague.¿Se tambalea la Europa unida? En cierto modo sí, aunque no tiene por qué derrumbarse. Es cierto que todo el proceso de unidad ha dado un traspié cuya seriedad no debe minimizarse. Y no debe hacerse porque no se trata, exclusivamente, de un fenómeno aislado que corresponda a las peculiares características o idiosincrasia de Dinamarca. Sin duda, las reticencias de los daneses sobre el contenido del Tratado para la Unión Europea son superiores a las de los otros europeos, pero lo cierto es que esas reticencias se han extendido por otros países (o habría que decir, mejor, entre ciudadanos de otros países), incluidos Francia y Alemania.
La imagen de aplastante seguridad que transmitieron los autores del Tratado, es decir, los jefes de Gobierno de los Doce, no ha tenido un eco suficiente entre los 340 millones de personas que serán las protagonistas del futuro diseñado en la pequeña ciudad holandesa. Bien al contrario, según fueron pasando los meses, muchos ciudadanos se sintieron desconcertados por los acontecimientos que se desarrollaban en Europa (Yugoslavia, renacimiento de un cierto nacionalismo alemán, etcétera). Paradójicamente, los menos afectados parecen ser los británicos, tal vez porque en su caso, y de acuerdo con una tradición democrática envidiable, el debate se produjo antes de la firma del acuerdo. Habrá tal vez que admitir que Maastricht nació con un pecado original, que aleja a los ciudadanos de cualquier euforia o entusiasmo, y que esa apatía o reticencia tiene, quizá, algo que ver con la falta de un claro funcionamiento democrático y la apariencia de que se transfiere soberanía a un oscuro mundo burocrático. Lo que se ha denominado el déficit democrático.
En el voto negativo de los daneses han influido, sin duda, razones de orden interno (castigo al Gobierno, rencillas en la coalición en el poder, exceso de confianza por la abrumadora votación a favor. del sí ocurrida en el Parlamento, especial prevención ante el poderío alemán). No sería sensato, sin embargo, atribuirles toda la responsabilidad y pretender ignorar lo fundamental: la mayoría (eso sí, por muy escaso margen) ha dicho que no a un proyecto de Europa que no les convence. Y lo ha dicho precisamente en un momento en el que los Gobiernos de otros países de su entorno y cultura (Suecia, Finlandia) pretenden ingresar en la Comunidad.
Con todos estos elementos en la mano, los ministros de Asuntos Exteriores de los Doce, reunidos hoy en Oslo, tienen la dificil tarea de encontrar el medio de enderezar la situación y hacerlo de manera que no anime a otros países a seguir el camino de Dinamarca ni provoque el temor ante una reacción desorbitada, como podría ser la de quienes piden, lisa y llanamente, la expulsión de Copenhague de la Comunidad. Lo más probable es que se barajen dos tipos de solución.
Una sería consagrar una CE a dos velocidades constitucionales: una Comunidad de 12 hasta el Tratado de Maastricht y otra de 11 desde la ratificación de éste. Es decir, ignorar simplemente a Dinamarca y dejarla que busque las soluciones internas que pueda (disolución del Parlamento, nuevas elecciones, celebración de un nuevo referéndum). Copenhague quedaría así incluida sólo en el mercado único y se autoexcluirla de la unión política, económica y monetaria prevista en Maastricht. Ello requeriría una refundación de esta unión.
Finalmente, y ésta parece la solución más lógica, podría ofrecerse a Dinamarca la adopción de una fórmula como la británica para permitirle convocar un nuevo referéndum con visos de ser aprobado. No podría renegociarse el Tratado por cuanto las previsiones de Maastricht, arduamente negociadas y difícilmente conseguidas, no pueden reabrirse a una discusión que suscitaría reivindicaciones similares en otros miembros (en Francia, por ejemplo, en donde la cuestión del voto de los extranjeros está creando serias dificultades). Lo único que podría negociarse seria una cuestión formal no exenta de importancia y que ha permitido al Reino Unido obviar sus principales dificultades con Maastricht en el capítulo social: la cláusula de opting out (autoexcluirse de algunas previsiones del Tratado). Si se concediera el opting out a Dinamarca, este país, sin salirse de la CE, podría dar su beneplácito a que 11 miembros continuaran aplicando Maastricht.
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