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CUARTO CENTENARIO DE 'EL ESPAÑOLETO'

Ribera, un pintor español en Nápoles

Tras exhibirse en Nápoles, se presenta ahora en el Museo del Prado, en cuya colección permanente hay medio centenar de obras de dicho pintor, la magna exposición conmemorativa de José o Jusepe de Ribera (Játiva, 1591 -Nápoles, 1652), que celebra el cuarto centenario de su nacimiento. Tras poder ser contemplada en nuestro país desde el 3 de junio hasta el 17 de agosto, aún deberá continuar por un tiempo su itinerario, pues tiene previsto recalar, si bien con restricciones de contenido, en Nueva York, cuyo Museo Metropolitano espero que dedique una placa de homenaje al Prado y a las autoridades culturales españolas, pues, parafraseando, modificada, una conocida frase de Churchill, nunca nadie recibió tanto de un solo país en tan poco tiempo y por tan poco.En realidad, ninguna de estas tres muestras tiene un contenido sustancialmente parejo, pues la de Nápoles constaba de 114 pinturas, 54 dibujos y 18 grabados, mientras que la de Madrid ha incrementado el número de óleos y dibujos a, respectivamente, 129 y 64, mientras que ha suprimido el capítulo de grabados, con lo que este significativo aumento queda así equilibrado.

Pero antes de centrarnos en el análisis de lo que de admirablemente excepcional tiene esta muestra riberesca, quizá sea convenlente decir algo acerca de la propia excepcionalidad de Ribera como pintor y asimismo de la idea muy oportuna de celebrar su valor mediante una exposición de estas características. Respecto a lo primero, apenas hay que añadir muy poco a lo que ha dictado ese juez implacable que es la historia, el mejor crítico de arte que ha existido y pueda existir, y eso que el paso del tiempo ha determinado situar a este pintor español, afincado desde muy joven -al parecer, con apenas poco más de 18 años- en Italia, entre los más excelsos del siglo XVII, lo que, recordando que es el mismo siglo de Rubens, Rembrandt, Hals, Vermeer, Velázquez, Poussin o Caravaggio, es como afirmar que se trata de uno de los mejores pintores de toda la deslumbrante historia de la pintura moderna occidental.

Superar su contexto original

Por lo demás, si bien la calidad excepcional de un artista se acredita precisamente por trascender su contexto original, incluso logrando superar por completo la difusión o el aprecio que suscitó en vida, eso no significa que, a veces, su influencia, estratégicamente circunstancial, no tenga un valor muy considerable. Y es que siendo el arte esencialmente comunicación, no puede jamás resultar indiferente el cuándo, el dónde y el cómo es conocido y disfrutado. En este sentido, la importancia histórica de Ribera cobra un valor añadido tanto para Nápoles y para la España toda del siglo XVIII como para la fortuna crítica de lo que posteriormente se ha dado en llamar la escuela española.

Por de pronto, desde esta perspectiva de la fortuna crítica de Ribera y del arte español barroco, he de decir que el dilema tantas veces planteado acerca de si Ribera debe ser considerado napolitano o español me parece, por irrelevante o desenfocado, un falso dilema. Es obvio, desde luego, que Ribera se hizo artista en Italia, y aún más en la fascinante Roma de comienzos del XVII, dominada por la inquietante y turbia sombra de M. A. de Caravaggio, que en Nápoles, donde Ribera se instaló en 1616 con 25 años, ya muy hecho como pintor y, como tal, más dispuesto a sorprender en un terreno abonado que a ser sorprendido, lo que no significa, por otra parte, que los casi 40 años que posteriormente vivió en la ciudad Partenopea no aportaran cambios en su modo de hacer, y no sólo por el lógico incremento de calidad que da la experiencia en los artistas geniales, sino también por la fuerza coactiva de acontecimientos exteriores, como los cambios de gusto y modas.

En este sentido, la llegada a Nápoles en la década de los treinta de pintores de la enjundia de Domenichino, Lanfranco o Artemisia Gentilleschi, así como la evolución de algún pintor local rigurosamente contemporáneo -Stanzione-, la irrupción de una nueva generación local -Cavallino, De Bellis, Vaccaro, Falcone, Spadaro, Guarino, Marullo, Rosa, etcétera, hasta llegar a Preti y Giordano- o, en fin, la pujante influencia de la refinada moda flamenca a lo Van Dyck no dejaron en absoluto indiferente a Ribera.

Identidad artística

Con todo, aunque la mayor parte de estos cambios que influyen en Ribera se producen a partir de cuando éste cuenta ya 40 años de edad, su papel histórico como eje vertebral de la identidad artística napolitana y, todavía más, si se quiere, de la española es indiscutible. De hecho, desde fechas muy tempranas, la obra de Ribera fue conocida y apreciada en la península Ibérica, donde tuvo algunos de sus más fieles comitentes y mecenas, y entre ellos los virreyes de Nápoles, pero más allá de estas circunstancias que favorecieron la pronta, casi simultánea, difusión de su obra en España, se impone como explicación de esta influencia vertebradora del gusto napolitano-español con trasfondo político y cultural común el de la contrarreforma. De tal manera que al final poco importa si, en función de la proyección internacional del genio de Ribera, la escuela española es considerada como apéndice de la napolitana o viceversa, porque ambas se estructuran a partir del imponente ejemplo de pintor nacido en una localidad valenciana y muerto, a los 61 años de edad, en la tumultuosa Nápoles.

De esta manera, no cabe sino explicar acumulativamente la naturaleza artística excepcional de Ribera: como uno de los mejores pintores del barroco, del naturalismo contrarreformista meridional de impronta caravaggiesca y de la crisis y reajuste que éste sufrió aproximadamente a partir del segundo tercio del XVII, características artísticamente determinantes todas ellas para el Nápoles y la España de ese momento y su ulterior proyección histórica.

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