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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Celibidache triunfa sobre sí mismo

Nuevo acontecimiento Celibidache en el teatro de La Maestranza; nuevo lleno y nueva reacción apoteósica. En el programa, la Sinfonía número 39 en mi bemol, de Mozart, y la Cuarta en mi menor, de Brahms. Espléndida la Filarmónica muniquesa y espléndido Celibidache superándose a sí mismo, único rival posible que tiene. Pongo en marcha la moviola imaginaria y la detengo en el mes de abril de 1962: Celibidache dirige por dos veces a la ONE la Sinfonía 39; sigo, en búsqueda de la Cuarta de Brahms, al hilo del libro-memoria de Luis Alonso. Nueva parada: agosto de 1965, en Santander y San Sebastián, en donde el Celi -como le llamamos cariñosamente quienes a la admiración sumamos la amistad- dirige la obra que acabamos de escucharle ahora.

Orquesta Filarmónica de Múnich

Director: S. Celibidache. Obras de Mozart y Brahms.Teatro de La Maestranza. Sevilla, 24 de mayo.

Desde entonces a hoy, ¿qué ha pasado? Lo increíble: que Sergiu Celibidache no ha dejado de exigir nuevos récords de belleza, calidad y perfección. Mayor es aún si ésta llega a través de una orquesta como la Filarmónica de Múnich, con la que el maestro ensaya, día a día, desde 1979; que conoce su pensamiento y se sabe sus gestos de modo que reacciona con viveza ante la más mínima indicación.

Han pasado también los años. El 12 de junio cumplirá 80 aquel fogoso Celibidache que se lanzaba a abofetear en las calles de Italia a no sé qué autista impertinente. Cedió el paso al maestro supremo de la serenidad; el juvenil director, capaz de escribir a Furtwangler una carta detallándole los defectos que encontraba en sus versiones, escribe a sí mismo paciente y riguroso cuantas cartas considera necesarias. El fin es sólo uno: la música como verdad, el sufriente camino de perfección.

Actividad desbordante

Son hermosas estas horas de verde sosiego en Celibidache. Su actividad no cesa: en otoño cruzó Europa con su orquesta desde Kiev hasta Madrid; en primavera ha hecho las Américas, desde San José de Costa Rica hasta Santiago de Chile y Buenos Aires. Entre medias, la locura berlinesa, cuando, después de una pausa de casi 40 años, Celibidache se ha puesto de nuevo al frente de la Filarmónica. Sale a escena Celibidache con paso quedo y un punto trabajoso, pero con espíritu elevado. La mente está más clara que jamás, y el resultado es ese Mozart auroral del romanticismo, ese Brahms de sonido transparente que nos descubre secretas concomitancias con Schubert, pues las relaciones con Schumann constituyen evidencia y lugar común. El gesto blando moldea las curvas melódicas, equilibra con exactitud las polifonías, mide con precisión matemática el plan dinámico, y nos descubre cuantos significantes esconden los pentagramas del sabio y melancólico amburgués.

Jesús Aguirre abandona el palacio ducal de Dueñas -cuna de Manuel, Antonio Machado y sus heterónimos- para gozar del "genio único en la cumbre más alta" y en sus percepciones acaba de escribirlo, encuentra resonancias sanjuanescas. (De pasada nos sorprende la precisión de una agudeza: las "equivocaciones atinadas" de Ortega en Musicalia. Bravo).

Convulsos y tullidos

Cuando la Cuarta sinfonía de Brahms termina, no nos sentimos sólo emocionados o convulsos, sino materialmente tullidos. Tenemos emoción para mucho tiempo, porque Celibidache nos impone la momentaneidad y la perduración. Sólo uno parece sonriente y, cosa rara, satisfecho: Sergiu Celibidache. Se comprende: acaba de triunfar frente a sí mismo, de superar lo de ayer, lo de anteayer y lo de hace 40 años. Es natural, entonces, su contento; si no es así, ¿para qué seguir? Gracias, maestro. Te debemos -por decirlo al modo orteguiano- "Ias únicas horas de pleno goce estético que nos han sido concedidas".

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