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Crítica:SEVILLA. EXPO 92
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis de Celibidache

Orquesta Filarmónica de MúnichDirector: S. Celibidache. Obras de Strauss y Chaikovski. Teatro de La Maestrariza, Sevilla, 23 de mayo.

ENRIQUE FRANCO

Llegó el fabuloso Celibidache con su Filarmónica de Múnich a la olla exprés, que así llaman los sevillanos, por su forma, al teatro de La Maestranza. Pocas veces el mote adquirirá mayor realidad, pues el espacio musical se convirtió en un auténtico hervidero. El público, que agotó el taquillaje, aplaudió, gritó, batió palmas al estilo sevillano y, lo más importante, percibió conmocionado que estaba ante lo rigurosamente insólito: el reinado de la música sin trampa, sin cartón y sin industria.

Tras los himnos español y alemán, en honor del presidente germano, Celibidache tomó en sus manos el poema del joven Ricardo Strauss Don Juan y no dejó sin luz ni un solo rincón de esta música que vive y expone con sosiego, buen sabedor de que la prisa es tan enemiga de la belleza como el orden del caos. Y por lo pronto, toda obra musical maestra realiza un orden no sólo "entre nosotros y el tiempo", como decía Stravinski, sino en nosotros y en el tiempo a través de un juego de articulaciones que incluye lo espacial como fenómeno latente.

El orden celibidachiano parte de una lógica condicionada por los propios fenómenos de la música. Es ella, una vez planteada, la que exige los tiempos, las dinámicas, las perspectivas o la exacta calibración de las pausas para que no se tornen vacío de sonido, sino expectación de música. Las pasiones primarias, tan manoseadas al hablar de música, perturban ese orden que eleva las versiones hasta la alta región del hecho artístico apasionante en cuanto tal. Quizá no exista mayor provocación de la pasión que una inteligencia en funcionamiento que persigue y logra lo perfecto.

Si Don Juan nos mostró en Celibidache un talante renovado, limpio de las gangas acumuladas por tantos buscadores de sensación y violentadores del éxito, la Quinta sinfonía de Chaikovski pareció obra de estreno. En alguna dosis, toda música se estrena cada vez que toma realidad sonora y afectiva la propuesta silenciosa de la partitura. De ahí la pervivencia, en plenitud vital, de las grandes obras, sólo museales si quien las explica no sabe recrearlas con imaginación y desde la fidelidad sustancial a lo escrito, suerte de proyecto que reclama vida.

Chaikovski fue un sinfonista que, en sus más terminadas creaciones, sabía disponer los procesos musicales con una instintiva fenomenología que conduce las tensiones hacia los puntos culminantes capaces de ordenarla en todos sus componentes. Alguna idea puede rozar lo trivial, pero la realización la salva siempre al otorgarle consideración de mero objeto sonoro o lugar común inserto en la sustancia musical, algo más complejo de lo que se cree y huidizo ante quienes la acosan por caminos torcidos.

El magisterio de Celibidache consiste en mostramos conjuntamente el ser de la música y su análisis. Gran lección la novedad de esta inolvidable Quinta de Chaikovski que Celibidache logró de la estupenda Filarmónica de Múnich, una orquesta con casi un siglo de historia pero hoy con una marca indeleble grabada a fuego lento por Celibidache: el sello de su estilo.

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