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Los 'taurinos' del clavel

Reuniones sociales en las localidades más caras de Las Ventas

La época de los aficionados del clavel ha llegado a Las Ventas. Ellas llevan un vestido de Jesús del Pozo o un conjunto de Chanel y pendientes de brillantes. Ellos, traje azul o gris y teléfonos portátiles. Todos lucen claveles. Por eso les llaman así. Se dan cita todas las tardes en la plaza de toros, tendidos 9, 1 o 10, contrabarrera o una de las primeras filas, por supuesto. Porque la Feria de San Isidro es un acontecimiento social obligatorio en su agenda. Es gente que ocupa los objetivos de los fotógrafos, que paga sin pestañear hasta 300.000 pesetas por un abono y dejarse ver. No volverán hasta el año próximo.

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Para Tina Ochaita, que va todos los días a Las Ventas, "la feria es un acto social; el punto de reunión para los amigos". Le gusta, por este orden: "El colorido de la fiesta, ponerse guapa [un vestido cada día], ver a la gente y, finalmente, al torero". Allí están, en la plaza, los importantes y las bellas. Desfilan lentamente antes de empezar la corrida hacia el bar del tendido nueve y se saludan distantes. Se toman un whisky con hielo -"no dan mucha propina", cuenta el camarero- y charlan un poco: "Mañana tengo que ir a Sevilla, espero volver antes de la corrida"; "si no vendes ahora mismo, vas a perder un montón, mañana bajan". Uno ha traído fotos de la última cacería: "¿Alguna vez has visto cornamenta semejante?". Los hombres se juntan en grupos, gesticulando con puros en las manos. Las chicas, mientras tanto, rubias, altas y jóvenes, llevan una sonrisa automática y parecen más aburridas.

Las conversaciones son cortas. "Nos vemos dentro. ¿En qué tendido estás? ¡Ah!, ¿en el dos?", sonríe decepcionado. "Entonces, no". El dos no es un tendido de moda. Sí lo están el uno, donde van muchos ganaderos y toreros, o el nueve, donde se dan cita las estrellas.

Mientras ponen las banderillas al primer toro, un señor aprovecha para averiguar quién hay en los tendidos de al lado. Se levanta. Su cara adquiere un gesto altivo y dirige su mirada hacia el horizonte. Como Napoleón. Igual localiza al futbolista Michel, al alcalde de Madrid o a Enrique Múgica rodeado de guardaespaldas. Y ha oído rumorear que también ha venido el padre de Julio Iglesias.

Al lado se habla de cosas más prácticas: "Mira, te doy un billete de metro. Llegas mucho más rápido". El otro se muestra ilusionado: "Ah, bien. ¿Y cómo funciona lo del metro?".

Después del tercer toro se toman una merienda frugal, pero exquisita: un pastelito o un minicruasán de gambas, de una pastelería cara. En el Mallorca de la calle de Velázquez, por ejemplo, aumenta la venta en un 15% durante la Feria de San Isidro.

Tras el penúltimo toro, algunos deciden marcharse. "Luego, es demasiado rollo sacar el coche", dice uno. "Nos vemos ahora". Porque cuando termina la corrida y se forman los atascos, cuando los carniceros despiezan el último toro, la fiesta empieza para ellos. Quedan para tomar copas, cenar y bailar sevillanas. Un auténtico aficionado comenta, con cierto desprecio, que "para esta gente lo más importante de los toros es el antes y el después".

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