Sanciones a Serbia
LA TREGUA en Sarajevo ha durado unas horas. Ayer se volvieron a producir bombardeos de artillería en esa ciudad y en sus cercanías. Los combates prosiguen en otras partes de Bosnia. Todo lo que ocurre (incluida la tregua anunciada por la autoproclamada República Serbia de Bosnia-Herzegovina, y luego violada) indica que Serbia, a pesar de declaraciones pacifistas de su presidente Milosevic, sigue adelante con su plan de conquistar territorios que pertenecen a otras repúblicas. Para ello apoya a grupos de irregulares que cometen crímenes y aterrorizan a las poblaciones, y, a la vez, utiliza al Ejército para respaldar con armas pesadas la ocupación de ciudades y zonas campesinas. Los combates no surgen por unos odios raciales que de pronto estallan entre personas que durante siglos han vivido en los mismos lugares. Son consecuencia del plan de crear la Gran Serbia conquistando territorios por las armas.Ante esta situación, la Comunidad Europea ha decidido aplicar sanciones a Serbia: retirada de los embajadores de Belgrado y otras medidas para aislar al Estado culpable, preparando incluso el empleo de sanciones económicas. A la vez, la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) ha decidido anular los derechos de la delegación yugoslava hasta finales de junio. Estados Unidos ha retirado asimismo su embajador de Belgrado. Estas decisiones van en la buena dirección; solamente cabe lamentar que se haya tardado tanto en adoptarlas. Por otra parte, no son suficientes y la gravedad de la situación exige a todas luces el estudio de medidas más eficaces.
Hasta ahora, los cascos azules de la ONU están instalados en zonas de Croacia, si bien tienen un Estado Mayor en Sarajevo. Es sorprendente que en esta situación el secretario general, Butros Gali, haya propuesto retirar los efectivos de la capital de Bosnia-Herzegovina a causa de la inseguridad. Más bien sería preciso hacer lo contrario: preparar el reforzamiento de esos cascos azules para instalarlos incluso en Bosnia-Herzegovina y que puedan así ayudar a la pacificación, o, cuando menos, potenciar la ayuda humanitaria. La actitud pesimista del secretario general ha sido criticada por numerosos países. Al mismo tiempo hace falta incrementar la presión política sobre Belgrado de forma que quede claro el pleno compromiso europeo. Milosevic debe saber que la comunidad internacional no aceptará, en ninguna circunstancia, que pueda llevar a cabo su guerra de conquista. Y no hay que dejar dudas a este respecto en la opinión pública serbia.
La nueva Yugoslavia creada por Serbia y Montenegro necesita su reconocimiento internacional. Este debe estar condicionado de manera absoluta a que respete las fronteras de sus vecinos. Es verdad que hay problemas complejos de minorías (serbias y otras), y que las mismas fronteras pueden ser revisadas. Pero a condición de hacerlo en torno a una mesa, no a tiros. La perspectiva de que la recién creada Yugoslavia quede excluida de todos los organismos internacionales -políticos y económicos- puede hacer reflexionar a Milosevic y su Gobierno.
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