La salud económica
LAS ASAMBLEAS semestrales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial y, más concretamente, las reuniones previas de los responsables económicos del Grupo de los Siete (Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá) constituyen ocasiones en las que, además de revisar el pulso de la economía mundial, suelen abordarse algunos problemas que condicionan el normal funcionamiento de las relaciones económicas internacionales. En esta ocasión, la interrelación entre ambos aspectos no puede ser más explícita; las previsiones de crecimiento de la economía mundial para éste y el próximo año tienen como principal incertidumbre el deterioro creciente de la economía de la antigua Unión Soviética, y el desenlace igualmente incierto de las negociaciones para culminar la Ronda Uruguay del GATT.La tasa de crecimiento prevista para el conjunto de la economía mundial en el presente año se sitúa en el 1,4%, después de constatar el crecimiento negativo del 0,3% durante 1991; una previsión significativamente inferior a la realizada con ocasión de la asamblea de octubre, determinada fundamentalmente por la lentitud de la salida de la recesión de Estados Unidos y el discreto comportamiento previsto para las economías europeas. Tras un descenso del PIB estadounidense del 0,7% en 1991, el crecimiento en el presente año ha sido previsto en el 1,6%; la CE crecerá el 1,8%, frente al 0,8% de 1991. Más elocuente será, sin embargo, la recuperación en el conjunto de los países en desarrollo, determinada por el crecimiento previsto en los países de Oriente Próximo. El optimismo de los economistas del FMI se hace más explícito en las previsiones correspondientes a 1993, en el que la economía mundial llegaría a crecer un 3,6% si se avanza en la solución de algunos problemas estructurales todavía presentes en los países industrializados y, en concreto, en la reducción de los déficit públicos, obstáculo fundamental en la consecución de un crecimiento no inflacionario.
Esas condiciones más favorables al crecimiento de la economía mundial en los próximos 18 meses constituyen una condición necesaria para que desaparezcan -en las repúblicas que integraban la antigua URSS, y en especial Rusia- las amenazas que siguen dificultando su transición a la economía de mercado y, en general, la estabilidad política y económica internacional. La incorporación como miembros de pleno derecho al FMI y al Banco Mundial -que se acordará en las sesiones de la asamblea conjunta de ambas agencias- constituye, en efecto, una decisión de gran trascendencia en la necesaria homologación institucional de esos países, pero en absoluto garantiza por sí sola la atracción de los recursos financieros que esas repúblicas precisan.
Según ha estimado el propio director ejecutivo del FMI, Michel Camdessus, en este año se necesitan más de 44.000 millones de dólares para las reformas económicas que precisan esos países; de ellos, más de la mitad correspondería sólo a Rusia, y una parte importante estaría destinada a la creación de un fondo para la estabilización del rublo. El comienzo de la transferencia efectiva de esos recursos, incluida la financiación crediticia del FMI, no sólo no está garantizada, sino que, como ha advertido Camdessus, puede incluso demorarse si el Gobierno de Moscú reduce el alcance de las reformas económicas y de las políticas macroeconómicas propuestas. La sospecha de que las autoridades rusas podrían relajar sus compromisos iniciales a este respecto es el origen de las reticencias con que también acuden los representantes de la Administración estadounidense a las reuniones preparatorias de la asamblea de primavera.
El otro punto destacable de la agenda de esa asamblea es la definitiva finalización de las conversaciones de la Ronda Uruguay en el seno del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), tras un retraso de más de 16 meses. El abandono de las prácticas proteccionistas en los países industrializados es, también, una de las condiciones necesarias para que esos países del este de Europa y de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) se integren de forma efectiva en la economía mundial, y para la consolidación de esa recuperación apuntada en los países en desarrollo. Europa, en primer lugar, pero también Estados Unidos y Japón, han de poner de manifiesto en estos días que su contribución a la estabilidad del sistema de relaciones económicas internacionales no se limita a la mera definición de las exigencias formales y terapéuticas que han de satisfacer las economías de ese otro grupo de países, sino que requiere la apertura de sus propios mercados. Una apertura, consecuente con esa pedagogía del libre mercado, más fácil de asimilar que de ejercer.
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