La impronta de la historia

El viejo aire de Roma impregna la obra nueva de varios artistas, unidos por una misma estancia en la Academia Española. Las paredes romanas desconchadas, el verdor de sus jardines, son recreados por Din Matamoro. Un animal, eterno a través de los siglos, como el camaleón o el pájaro, aparecen de forma fantasmal entre los azules y verdes de su pintura. La cabeza del animal inmolado resalta sobre la explosión de color fuego del sacrificio. Directamente sobre el muro, en recuerdo de los frescos del arte clásico trabaja Darya von Bernar. El misterio de los dioses romanos surge a través de la sombra violácea de la cúpula del Pantheon. Contra ella, de blanco austero, la cabra recuerda los orígenes de Roma. En el trabajo sobre plancha de zinc de Blanca Muñoz, los blancos y negros, las líneas que arañan la superficie, incluso la arquitectura de Templo, existe algo cercano al paso del tiempo romano. Para Jorge Girbau, la Roma moderna sirve de contraste a la clásica: una aglomeración de coches en miniatura a modo de contrapunto a un metálico y utópico coliseo.

Goethe se llevó de Roma una insaciable obsesión por las escaleras, y lo mismo parece haber sucedido a Manolo Sáez. Reproduce fragmentos de mármol y los convierte en objetos de un espacio imaginario. La perspectiva de las calles romanas aparece en la obra fotográfica de Isidro Blasco, que materializa este vacío en su escultura.