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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis en Moscú

DESPUÉS DE dos días de incertidumbre, un texto de compromiso votado por el Congreso de los Diputados parece haber puesto fin a la crisis abierta por la dimisión del Gobierno ruso. La resolución permite a Yeltsin gobernar hasta diciembre con poderes extraordinarios; y seguirá adelante la reforma, basada en una terapia de choque que el equipo de jóvenes economistas, encabezados por Gaidar, ha puesto en marcha desde enero de 1992. Pero el desarrollo complejo y enconado de la crisis ha puesto de relieve lo dificil que le resulta al presidente Yeltsin llevar a cabo una política que supone un descenso dramático del nivel de vida de la gran mayoría de la población.La dimisión se produjo el lunes como protesta por una resolución aprobada el sábado anterior por el Congreso que tendía a anular puntos esenciales de la reforma económica. Pero no fue una dimisión total: como el jefe del Gobierno es el propio Yeltsin, presidente de la República elegido directamente por el pueblo, éste obviamente no dimitía. Los ministros pusieron su cargo a disposición del presidente, que les pidió que siguieran en su puesto. Se abrió así un periodo de forcejeo entre el Congreso y el poder ejecutivo en el que éste ha logrado imponerse.

Para comprender la causa de estas tensiones hay que recordar que el Congreso -formado por más de 1.000 diputados- fue elegido en 1990, cuando el partido comunista controlaba aún casi toda la vida política. Por otra parte, los métodos autoritarios de Yeltsin provocan una reacción negativa de numerosos diputados. Además, las críticas contra la reforma de Gaidar no provienen sólo de los comunistas conservadores que querrían volver a los subsidios estatales. Hay sectores democráticos que propugnan una reforma que no se concentre sólo en los precios y que acelere las privatizaciones. Esa coincidencia de críticas de diversa naturaleza facilitó la aprobación de la resolución del sábado, claramente contraria a la reforma. Por eso el Gobierno dimitió. La tesis de Gaidar es que la reforma es la única vía para evitar una hiperinflación que llevaría al colapso del sistema financiero; abandonar esa política significaría, además, renunciar a la gran ayuda anunciada por el presidente Bush para sostener el rublo.

Al problema económico se agregaba el político: los poderes extraordinarios del presidente. Curiosamente, los comunistas se hicieron defensores del control parlamentario. Pero, con el Congreso actual, tal control serviría sobre todo para frenar el proceso de reformas. Por eso, el problema se planteó en estos términos: o reforma con poderes extraordinarios, o la reforma quedaba enterrada. Al final, el Congreso parece dispuesto a dar marcha atrás y a retirar gran parte de lo que había votado el sábado pasado. Es, sin duda, una victoria para Yeltsin y su equipo. Pero sólo podrán consolidarla si logran que la reforma económica no tenga efectos catastróficos y si la vida política se articula con partidos políticos capaces de canalizar el sentir de la población.

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