Las nuevas relaciones
Nunca se ha visto tanto ni tan saludablemente como ahora. Nunca tantos hombres y mujeres han ejercitado tan libremente la capacidad de elegir sobre la cohabitación, la sexualidad, el matrimonio, el divorcio, la procreación y, en definitiva, sobre las relaciones personales. La eterna nostalgia de un antaño idealizado hace que se olviden estos avances, pero muy pocos estarían dispuestos a eliminarlos, aunque pudieran.No obstante, muchos de los problemas que afligen a las relaciones de nuestro tiempo brotan de los frutos de la civilización, del progreso. Es obvio que la crisis de la edad madura no existía cuando era casi un milagro llegar a los 50 años, ni la realización de la pareja planteaba un desafío cuando la educación era un privilegio y no existía otra alternativa que sobrevivir.
A lo largo de la historia, las relaciones humanas han evolucionado de acuerdo con las necesidades de las personas y los valores culturales de la época. La institución de la familia en particular ha ido transfiriendo poco a poco sus funciones universales a otros organismos que ha creado la sociedad. Por ejemplo, la productividad y la economía fueron absorbidas por el mundo de la industria y del trabajo, y la educación fue traspasada a las instituciones escolares. No hace mucho tiempo, también el matrimonio era una función esencial de la familia. Hoy, sin embargo, este ritual se ha vuelto secundario. De hecho, los demógrafos señalan que cada día hay más hombres y mujeres que optan por permanecer solteros.
Es evidente que el hogar tradicional compuesto del padre, la madre y los hijos se encuentra en decadencia. En Estados Unidos, por ejemplo, únicamente el 26% de los hogares están constituidos por una pareja casada con hijos menores de 21 años. En el mundo occidental, las nuevas relaciones en auge incluyen los segundos matrimonios de divorciados que agrupan a personas de orígenes distintos, los matrimonios sin hijos, las parejas que habitan juntas sin casarse, unas con hijos, otras sin ellos, y los hogares de un solo padre, generalmente la madre, bien sea separada, divorciada o soltera. Finalmente, en las grandes urbes no son raros los emparejamientos homosexuales.
Entre las fuerzas que más han moldeado las relaciones en las últimas décadas se encuentra la prolongación de la supervivencia. Mientras que en el pasado las personas solían formar un solo hogar a lo largo de la vida, hoy, la mayor longevidad permite experimentar varias relaciones importantes, de forma que si una relación fracasa, da tiempo a concluirla y probar de nuevo. Igualmente influyentes han sido la alta valoración que se le asigna a la calidad de vida y la creciente urbanización de la población. Estos desarrollos han supuesto para el individuo más libertad, más opciones y un incentivo para buscar la felicidad fuera de los patrones tradicionales de relación.
Para la mujer, el ímpetu feminista y el control de natalidad han dado lugar a más oportunidades, a su liberación sexual y a la relativa devaluación de la maternidad como ingrediente indispensable para su realización en la vida. En efecto, el modelo de hogar de padre proveedor y de madre prolífica ha sido relegado a la historia, y las realidades sociales y económicas se han encargado de transformarlo de un ideal que había que defender en una reliquia.
En los últimos años, la trama social hegemónica masculina se ha visto entretejida por la cultura feminista, la cual ha sido un agente de cambio para ambos sexos. Y mientras las mujeres se liberan rápidamente de los estereotipos del pasado, los hombres tratan de deshacerse de una imagen varonil que se ha vuelto anticuada e insoportable. En este sentido, es interesante observar que aunque los medios de comunicación siguen enfocando a los yuppies -jóvenes profesionales de la urbe, perseguidores del éxito en los negocios-, la verdad es que para muchos hombres de hoy la vida del hogar es tan importante o incluso más que su trabajo profesional. En gran medida, la metamorfosis de la mujer ha instigado alvarón a transfigurarse en un ser más abierto, compasivo, vulnerable y más casero.
No obstante, este proceso evolutivo ha dado lugar a que los papeles y motivos de los hombres y mujeres sean constantemente debatidos a la luz pública. Por ejemplo, problemas como la discriminación de la mujer, el acoso sexual y la violencia doméstica se han convertido en amargas polémicas televisivas, controversias que se avivan por la clásica aproximación simplista del bueno y el malo, de la víctima y el verdugo, un modelo ingenuo y absoluto que dejó de ser útil hace mucho tiempo.
En realidad, los nuevos modelos de relación están basados en expectativas un tanto idealizadas. A la pareja de hoy se le exige no sólo ser mejores amigos y cónyuges sexuales, sino la realización laboral fuera del hogar y la participación activa de ambos en la casa. Es evidente que este concepto de relación igualitaria supone unas exigencias casi míticas, especialmente cuando sé tiene en cuenta,la lentitud con la que los Gobiernos están modificando sus actitudes y las necesarias políticas sociales y económicas.
La proliferación de las nuevas relaciones ha creado un ruidoso clamor entre los grupos defensores de los conceptos tradicionales de familia, quienes no sólo condenan con fervor moral las nuevas uniones, sino que, en sus esfuerzos por desprestigiarlas, las aglutinan injustamente con la lista de los abrumadores problemas de la metrópoli como las drogas y la violencia. En parte, el desasosiego que se aprecia es comprensible. Después de todo, la preocupación con la familia como institución fundamental es tan antigua como la humanidad. Tres de los diez mandamientos conciernen a aspectos de la relación familiar, y caídas de imperios han sido rutinariamente atribuidas a la desintegración de la familia.
Por otra parte, las nuevas relaciones desafían la validez de los principios edípicos. Estos pilares teóricos, construidos por Sigmund Freud a principios de siglo, están cimentados en la familia biológica intacta y la relación triangular de rivalidad y amor intenso que brota en la infancia entre el hijo o la hija y el padre y la madre. La superación saludable del complejo de Edipo desemboca en la identificación del niño con el padre y la niña con la madre, así como en la formación de los sentimientos de confianza, dependencia, autonomía y de la capacidad para discernir el bien del mal. Ciertamente, las nuevas relaciones, desde las familias compuestas de divorciados a las encabezadas por una madre sola, nos retan a poner al día las pautas explicativas del desarrollo psicosocial del ser humano.
A la postre, las nuevas relaciones no significan la muerte del hogar, sino su. renacimiento; reflejan cambio, pero también continuidad, un final y un principio, la decadencia de un paradigma anticuado y el surgimiento de un ideal nuevo. Pues, como escribió Erich Fromm en El arte de amar, "el ansia de relación es el deseo más poderoso en el hombre, la pasión fundamental, la fuerza que aglutina a la especie humana, al clan, a la familia, a la sociedad".
Luis Rojas Marcos psiquiatra, dirige el Sistema Hospitalario Municipal de Salud Mental de Nueva York.
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