_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Trampas y democracia

La historia se repite. En realidad, la tragedia no siempre precede a la farsa. Y me temo ése va a ser el caso de nosotros, los rusos.A principios del año pasado, el ex presidente Gorbachov prohibió las manifestaciones en el centro de Moscú, en las cercanías del Kremlin. Era una medida dirigida contra la oposición democrática. Pero como se pudo ver después, al Gobierno encabezado por Gorbachov le faltaba determinación y voluntad para ponerla en práctica. Ya en marzo del año 1991, la oposición celebró, junto a las murallas del Kremlin, un mitin grandioso en defensa de Yeltsin. El poder no podía frenar la presión de los descontentos. En agosto pasó lo que tenía que pasar. Los comunistas, sin ningún disparo, cedieron el poder.

Ahora, un año después, demócratas y comunistas se han intercambiado los papeles. La víspera del 23 de febrero, el Día del Ejército ruso, la fiesta más respetada y querida por el pueblo, era el poder democrático el que daba la orden que prohibía las manifestaciones en el centro de Moscú. El nuevo poder tampoco puede aceptar que los descontentos se reúnan cerca del Kremlin.

Pero el nuevo poder es mucho más eficaz que el anterior, y lo demostró. Los comunistas no consiguieron llevar a los veteranos descontentos, antiguos defensores de la patria, a la plaza Roja. En el camino hacia la tumba del soldado desconocido se encontraron con unos potentes obstáculos organizados por un departamento de defensa especial, con los mejores destacamentos de policía, que golpeaban con porras a los demócratas que intentaban pasar a través de sus filas.

No soy partidario de la restauración del comunismo. Me gusta el nuevo poder. Pero no siento ninguna alegría por su victoria sobre los demócratas procomunistas. Ahora está muy claro para todos que el nuevo poder no es más inteligente que el anterior. Diez mil demócratas podrían simplemente perderse en la plaza Roja y nadie se daría cuenta de que estaban organizando un mitin. La prohibición causó el efecto contrario. Los comunistas se convirtieron en héroes. Los veteranos de la 11 Guerra Mundial se sintieron insultados.

Es muy triste que el nuevo poder, como el anterior, no tenga un apoyo fuerte en el pueblo y utilice la fuerza. Todavía no se trata con normalidad a la oposición, como una realidad de la vida política. Para el nuevo poder, como para el anterior, el que no está de acuerdo es básicamente un enemigo al que aniquilar, sobre todo moralmente. Se está utilizando una forma de acabar con la oposición que ya pusieron en práctica los bolcheviques: tratarlos como si fueran un enemigo, un monstruo. Todos los que no están de acuerdo con el Gobierno de Yeltsin son enemigos de la democracia o fascistas. Si tú eres un opositor, eres o rojo o fascista. Y eso a pesar de que la mayoría de los que acuden a las manifestaciones son mujeres en edad de jubilarse que no tienen medios para subsistir. Es triste que el nuevo poder, igual que el anterior, tenga miedo a la verdad, no quiera reconocer que el 80% del país es gente pobre descontenta de una terapia de choque que atracó a millones de personas, que convirtió sus ahorros en papel. Las ancianas que ahorraban dinero para su entierro se quedaron sin nada y están ahora pidiendo limosna El nuevo poder mira a estos infelices como a una nueva causa de histeria, como a las víctimas inevitables de esta nueva revolución, esta vez democrática.

Todo lo que vimos y oímos el 23 de febrero nos hace plantearnos una terrible pregunta ¿qué hubiera hecho Yeltsin si hubiera estado en la situación de Gorbachov cuando todos querían su dimisión? Gorbachov rechazó la violencia y prefirió dimitir. ¿Qué va a hacer Yeltsin en esta situación?

La gran distancia que separa el nuevo poder de la sociedad no es una exageración de la prensa. Contra él no sólo intervienen rojos comunistas que piden revancha. No hay ninguna fuerza seria dispuesta a apoyar decididamente al nuevo poder. Este es el drama de Yeltsin. No tiene su propio partido y se apoya en el cambiante humor de los votantes rusos que tienen tendencia a la demagogia. Todavía creen en Yeltsin pero, ¿y mañana? No es casual que Yeltsin suspendiera las elecciones locales, previstas para diciembre de 199 1. No hay que ser adivino para, en las condiciones actuales, prever un fracaso total de la Rusia democrática, sobre todo en la provincia rusa.

La consolidación de fuerzas democráticas nacionales, opuestas a Yeltsin, ya se ha producido.

A Yeltsin y a su Gobierno les está vedado el camino de Lenin y de los bolcheviques; y esto es más evidente a la luz de la victoria actual sobre los demócratas. La oposición ya acusó al Gobierno (de momento, sólo al alcalde de Moscú, Gabriel Popov) de insultar los símbolos sagrados nacionales. Es un motivo más para decir que el nuevo poder es ajeno, no nuestro; la repetición de la historia que viene desde los métodos bolcheviques no sólo golpea al nuevo poder, sino que desacredita a la democracia y a los demócratas. La astucia y el cinismo de los comunistas están demasiado frescos en nuestra memoria. No hay cosa más peligrosa para Yeltsin que estar a la sombra de los bolcheviques.

Yeltsin no puede seguir el camino de los bolcheviques por la sencilla razón de que no tiene la posibilidad de crear su comité central, un aparato de violencia capaz de mantener el poder sin el apoyo del pueblo. Para asustar a la gente como la asustaron los bolcheviques es necesario que Rusia pase por la rueda roja. Una parte de los policías que hoy están de guardia en la plaza Roja empiezan a simpatizar con los manifestantes que quieren entrar en la plaza. Ahora mismo, en el país no hay estructuras de poder capaces de atreverse a proclamar el estado de sitio y mantenerlo por la fuerza. Entre el nuevo poder democrático y los comandantes del Ejército, la policía y el KGB no hay confianza. Es probable que en la supuesta situación de estado de sitio el Ejército adoptara una postura independiente. Nada garantiza que si se manda al Ejército a imponer el orden no vaya a dirigir las armas contra Yeltsin.

Creo que la única forma de que la oscura historia de Rusia no se repita es que Yeltsin siga su camino. En lugar de prohibir las manifestaciones, debe elegir la manera de entablar un diálogo simple y sincero con ese pueblo descontento por haber tenido que sufrir su terapia de choque. En lugar de escapar de la verdad, debe apoyarse en el idioma de la verdad. Todavía es posible, porque la mayoría de la sociedad, aunque ofendida, está dispuesta a escucharle. Y sobre todo debe apartar de su pueblo las sospechas bolcheviques. En lugar de culpar al pueblo -que ha llevado a Yeltsin, a los demócratas, al poder- de ignorancia política e inclinación a la demagogia comunista, es imprescindible entablar un nuevo diálogo honesto y sincero sobre la situación del país.

En lugar de culpar a todos los opositores de rojo-fascistas, de utilizar el principio de Lenin-Hitler de recurrir al principio de culpa y responsabilidad colectiva, a quienes los demócratas deben acusar es a los líderes políticos que realmente predican el racismo y el antisemitismo.

Ninguna policía puede salvar el poder democrático si ese poder no se ha salvado antes a sí mismo con una nueva Constitución, en la que debe constar muy claramente que la defensa y propaganda del comunismo, en las condiciones concretas de Rusia, es la defensa de los delitos de los bolcheviques, la defensa de su genocidio contra su propio pueblo.

Yeltsin y su Gobierno todavía tienen la oportunidad de escapar del círculo vicioso del bolchevismo. Pero para eso deben respetar más rigurosamente las leyes, creer más en la eficacia de los métodos políticos para la resolución de los conflictos. No hay que tener miedo a la oposición. Hay que tener miedo a la propia omnipotencia que amenaza con causar pérdidas morales y políticas. Pido a Dios que a los nuevos políticos no les falte cerebro ni corazón para vencer a la tentación de la violencia.

A. Tsipko es analista ruso y miembro de la Fundación Gorbachov.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_