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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Interesar al público

EL DEBATE sobre el estado de la nación, práctica introducida por los socialistas que ha entrado a formar parte de los hábitos parlamentarios, se ha convertido en el principal escaparate político de la temporada. En cuanto hábito, incorpora cierto ritual. Por ejemplo, que el Gobierno intente proyectarlo hacia el futuro, por considerar ése un terreno menos comprometido, mientras que la oposición prefiere lo contrario: pedir cuentas. También puede considerarse un fijo que desde diferentes sectores se asegure con rotundidad (al igual que el año precedente) que esta vez el debate es más trascendental que nunca. En cuanto escaparate, el debate, celebrado en el marco parlamentario y retransmitido por televisión, sirve para que los principales líderes se den a conocer al público y demuestren su capacidad para suscitar la identificación de los ciudadanos. En teoría, el debate proporciona también la oportunidad de cotejar los programas, propuestas y actitudes de cada partido en competencia con los de los demás y en relación con supuestos concretos. Pero que tal cosa ocurra depende del talento o la inspiración de los oradores.Este año, el debate se produce apenas 48 horas después de que el electorado francés haya dado un severísimo toque de atención a la clase política en general y a la identificada con la cultura de la izquierda en particular. La elevada abstención registrada en las elecciones autonómicas de Cataluña puede considerarse un preaviso de que tal vez también entre nosotros esté germinando un proceso de deslegitimación, si no todavía de las instituciones, sí del personal político que las encarna. Aunque, hayan podido influir otros factores, parece evidente que el decisivo en los síntomas de desinterés del público por la política y el descrédito de los políticos que se observan en la sociedad española ha sido la proliferación de escándalos: los relacionados con la financiación irregular de los partidos, con la insuficiente separación entre los intereses públicos y los privados o con la búsqueda de situaciones de privilegio a la sombra del poder. El debate que se inicia hoy no podrá evitar ese asunto, incluso si es demostrable que no es el de mayor importancia para el futuro de los españoles. Puede que no lo sea, pero, tal como están las cosas, cualquier intento de rehuirlo reforzará considerablemente el escepticismo y desinterés de los ciudadanos por los asuntos públicos.

Tal vez ello no sea dramático, pero el ejemplo francés, y seguramente también el italiano, con sus Ligas, aconseja no desestimar los riesgos de bloqueo político y parálisis administrativa que derivan de ese desinterés ciudadano por la política y las instituciones. Contrarrestar esa tendencia debería ser uno de los objetivos del debate de estos días, y para ello no vendría mal que, en lugar de limitarse a culpar al vecino, los líderes reconocieran la parte de responsabilidad que comparten en esa situación: por ejemplo, en relación con esa dinámica imparable de gastos que está detrás de casos como los de Filesa, Casinos, Naseiro, etcétera.

Por lo demás, vencido el ecuador de la legislatura, y casi un año después de las elecciones locales y regionales que anunciaron el fin del centrismo suarista, el debate tiene este año la función de ilustrar a los ciudadanos sobre el grado de afianzamiento de la alternativa de centro-derecha que dirige Aznar. De su capacidad para combinar la crítica al Gobierno don la presentación de alternativas capaces de suscitar la adhesión de sectores más amplios que el del electorado conservador tradicional depende ahora la posibilidad de una alternancia sin sobresaltos.

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