La CEI inexistente
LA CUMBRE de la CEI celebrada en Kiev el viernes pasado ha puesto de relieve, una vez más, la sistemática incapacidad en que se hallan las repúblicas de la ex URSS para establecer entre sí acuerdos de coopera ción en los terrenos más importantes. La CEI no es -los hechos lo confirman- una nueva forma de agrupación entre dichas repúblicas. Su papel se ase meja mucho más al de administradora de la liquida ción de lo que fue la Unión Soviética. Sin embargo, en lo militar y lo económico, la ruptura no puede ser inmediata, lo cual plantea dificultades añadidas.En Kiev se ha puesto en primer plano el conflicto entre Rusia y Ucrania. El clima entre ambas naciones se agria cada vez más. A ello coadyuvan sin duda los nacionalistas ucranios que piden la disolución de la CEI. Pero las declaraciones recientes del vicepresidente de Rusia, Rutskoi, sobre el retorno de Crimea han contribuido asimismo a obstaculizar el entendimiento sobre temas esenciales, como la flota del mar Negro o el reparto de los bienes de la antigua Unión Soviética. Y lo más grave, por sus repercusiones internacionales, es la persistente negativa de Ucrania a enviar a Rusia sus armas nucleares tácticas para ser destruidas. La razón invocada es que la destrucción debe hacerse bajo control internacional. Es un tema en el que EE UU y Europa deberían intervenir, buscando la forma de asegurar un control de ese tipo. Después de todo, las armas estratégicas son destruidas bajo control internacional; extenderlo a las armas tácticas no debe presentar dificultades insolubles. Lo que es fundamental es que las armas nucleares tácticas sean destruidas en el plazo fijado, es decir, en el próximo mes de julio.
El único acuerdo positivo de la CEI ha sido el de crear una fuerza de pacificación inspirada en los cascos azules de la ONU. No parece que pueda tener mucha eficacia. En Nagorni Karabaj, las unidades de la CEI tuvieron que retirarse antes de descomponerse. Por otra parte, Ucrania se mantiene al margen de todas las decisiones militares. En esas condiciones se conserva el mando unificado de la CEI, pero su capacidad de acción es sumamente aleatoria. Su misión parece ser evitar el hundimiento del actual Ejército mientras Rusia (y otras repúblicas) organiza sus propias Fuerzas Armadas.
En ese orden, el que Yeltsin -que ya es presidente y jefe del Gobierno- encabece el recién creado Ministerio de Defensa indica una evolución preocupante de la política rusa. Y no por los intentos de los comunistas de provocar un retorno al pasado: la reunión de diputados del Sóviet Supremo de la ex URSS la semana pasada fue una escena ridícula o surrealista. Los dos problemas políticos serios son el naciente proceso secesionista de varias repúblicas autónomas (como Tatarstán, que celebró ayer un referéndum de independencia) y la ausencia de partidos capaces de estructurar una vida pública mínimamente democrática.
Hay en Rusia 16 repúblicas autónomas, y el nacionalismo que se manifiesta en algunas de ellas se apoya en una alianza curiosa de las viejas élites comunistas con sectores nacionalistas. Pero el camino de la democracia no es en modo alguno dar rienda suelta a la disgregación. En esas repúblicas, amplios sectores democráticos consideran que sólo avanzarán hacia un mercado libre y el progreso conservando una relación federal con Rusia. La respuesta a la disgregación exige, pues, la democratización de la política rusa. Por ahora prevalecen métodos autocráticos. Todo gira en torno a Yeltsin. No actúan partidos democráticos capaces de encauzar las ansias populares y de promover nuevas figuras. Es una debilidad seria para que Rusia aborde con perspectivas de éxito sus relaciones con Ucrania y otras dificultades acuciantes del momento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.