El pequeño gran torero

El novillero Luis Delgado demostró ayer que su pequeña estatura es inversamente proporcional a sus grandes atributos varoniles. Con estas agallas prendió la mecha de la emoción en el escaso cotarro, absorto al contemplar cómo los pitones de sus enemigos, unos indómitos galafates como sus hermanos, le peinaban el flequillo sin que el chaval, con los pies atornillados a la arena, se inmutara.Delgado aplicó con fulgor en su debú venteño un viejo axioma taurómaco: o el triunfo o la enfermería. Caminó por el filo de la navaja de ambas posibilidades y su sino se inclinó por la primera. Este coletudo, que recordó a otro pequeño gran torero de arrojadísimo valor, Chicuelo II, se merendó a dos malages de catadura mansísima a base de llevárselos al platillo, tragar, consentirles y obligarles a embestir con un excepcional temple. También fue el único que se pasó por el forro el nuevo reglamento e intervino en quites en la tarde.

Su arrebatado toreo, de amplio repertorio, es heterodoxo y a veces tosco, pero lo adorna con infinitos bemoles y tiempo tendrá de depurar su estilo y acercarlo a cánones clásicos, porque si lo de ayer no fue un espejismo, festejos no le deben faltar.

Este David superó con amplitud a sus dos compañeros de terna, que eran Goliats de estatura casi de pivot de baloncesto. El Tato, más experto, se conformó con estar aseado y pespuntear gélidamente algunas fruslerías. Picado puso más afán, pero fue insuficiente para resolver los problemas de su lote.