América Latina y sus democracias con hambre
Es indiscutible que los nuevos regímenes latinoamericanos parecen completamente ineficaces en el avance hacia una mayor equidad o en el logro de la erradicación de la extrema pobreza, afirma el autor. La rigidez de los modelos neoliberales, las políticas de ajuste y la sacralización de los equilibrios macroeconómicos, agrega, tienen amarradas de manos a las democracias en su compromiso de dar satisfacción a las urgentes demandas populares.
El alzamiento militar frustrado de Venezuela se constituye en una seria advertencia a las nuevas democracias de América Latina. Hasta el 4 de febrero, el Gobierno de Carlos Andrés Pérez podía presumir de ser el más estable de Suramérica, luego de 30 años de soberanía popular sin interrupciones. Si en otros países del área el poder civil todavía cohabita con las Fuerzas Armadas, en el palacio de Miraflores hacía tiempo que los uniformados sólo se apreciaban en las ceremonias sociales o protocolares.Felizmente que a los insurrectos les faltó arrojo y preparación, como algo también de buena suerte. Porque lo cierto es que durante la tormenta y la calma posterior el pueblo permaneció ausente, las calles de Caracas se vieron vacías y hasta ahora se desconoce que haya habido alguna movilización civil seria en defensa del orden institucional amagado.
Divorcio
El incidente venezolano es una prueba flagrante, por lo mismo, del divorcio entre las cúpulas políticas y el pueblo, de la apatía y frustración de los más vastos sectores de la población, allí donde las democracias latinoamericanas se han jibarizado y se muestran incapaces de resolver los problemas sociales más acuciantes. Porque, si bien es cierto que el término de las dictaduras militares ha restablecido ciertas libertades y derechos esenciales, es indiscutible que los nuevos regímenes parecen completamente ineficaces en avanzar hacia una mayor equidad o, siquiera, lograr la erradicación de la extrema pobreza.
La propia Venezuela descansa sobre la multimillonaria reserva de 60.000 millones de barriles de petróleo, además de otras incuantificables riquezas. Con todo, de sus 20 millones de habitantes, cerca del 80% son considerados pobres, siendo más de siete millones los que sobreviven en la indigencia crítica. En Chile, dos años después de Pinochet, la economía está creciendo a un ritmo de un 6% anual, pero en poco o nada disminuye todavía el número de los pobres, los que en este país austral son más de cinco millones, cerca del 40%.
Brasil se precia de ser, y es, una inmensa potencia industrial donde, sin embargo, apenas un 30% de su población vive en forma digna y relativamente tranquila. En su descaro, la policía y los escuadrones de la muerte disparan hoy contra los niños vagabundos a fin de hacer frente a la miseria, como a la delincuencia que agobia a todas sus imponentes ciudades.
La rigidez de sus modelos neoliberales, las políticas de ajuste y la sacralización de los equilibrios macroeconómicos tienen amarradas de manos a las democracias en su compromiso de dar satisfacción a las urgentes demandas populares. La situación todavía es más inquietante si consideramos los procesos de corrupción, el empobrecimiento ideológico y la falta de líderes que afecta en general a la política. Ello y el innegable descontento popular pueden abrir cauce a la rebelión militar, como al surgimiento de caudillismos, que en América Latina generalmente han provocado las peores tragedias a la convivencia social y a sus posibilidades de desarrollo.
Es efectivo que existen condiciones poco propicias para la reinstalación militar en la política. El trauma de las últimas dictaduras todavía está a flor de piel en las diferentes naciones latinoamericanas afectadas. Pero no hay duda que la injusticia se está haciendo intolerable como poco halagüeña en sus consecuencias políticas. La promesa del presidente Pérez de reorientar, más bien corregir, la marcha de la economía venezolana parece, por lo mismo, oportuna e inteligente. Mejor todavía si esta actitud es seguida por otros Gobiernos que sin duda parecen más expuestos que el de Caracas a enfrentar una crisis institucional.
El mundo desarrollado debe acompañar a América Latina en su desafío de edificar una democracia sin hambre, sin las profundas desigualdades que allí se perpetúan. La brillante oratoria del ex presidente Rafael Caldera -hoy en franca posición vanguardista- sonó todavía más convincente cuando instó a los países grandes a asumir una actitud más realista y generosa. A comprender que no es mediante los dictados del Fondo Monetario Internacional o manteniendo una arrogancia en los términos del intercambio comercial con el Tercer Mundo como se solidificará la democracia en los continentes atrasados, cuanto menos el anhelo humano de la paz universal.
Justicia social
Desde esta perspectiva no se comprende bien el énfasis que Europa y Norteamérica ponen en el tema cubano, en las presiones que se hacen para que el régimen de Castro ceda a una apertura democrática. En una Latinoamérica agobiada por la miseria, la promesa democrática debe hacerse sinónimo de justicia social para encarnarse realmente en el pueblo. Por ello es que los crónicos errores y empecinamientos del legendario líder no logran afectar seriamente su imagen de ser un gobernante empeñado en la redención de su pueblo y que todavía tiene la capacidad de convocarlo de forma mucho más masiva y entusiasta que los mandatarios elegidos por sufragio universal.
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