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Dubrovnik, cinco meses de asedio

La joya del Adriático malvive en cuatro kilómetros cuadrados

Abandonada, aislada y destruida, Dubrovnik espera la retirada del Ejército de sus alrededores. La ciudad croata lleva cinco meses asediada. Sus ciudadanos están obligados a permanecer en apenas cuatro kilómetros cuadrados, entre el mar y las colinas, cuyas cimas controlan los soldados. El último bombardeo fue el 6 de diciembre y causó serios daños en el casco viejo. Una enviada especial de EL PAIS estuvo allí recientemente.

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"Me siento como un pájaro enjaulado. Tengo comida y agua pero no puedo salir", comenta Zvonko, sin expresión en la cara. Antes de la guerra trabajaba en una agencia de viajes. Ya no hay turismo y se quedó sin trabajo.Recibe el salario mínimo pagado por Croacia. "Tengo la impresión que nunca se irán de aquí". Durante un mes Zvonko fue movilizado por el Ejército croata: llevaba comida a los soldados desplegados en las pocas colinas controladas por las fuerzas croatas. Eso se acabó. Tampoco puede abandonar Dubrovnik por la única vía de comunicación existente: un barco diario a Split. Las autoridades croatas prohíben que los hombres en edad militar se desplacen, a menos que tengan motivos laborales o justificaciones.

En una magnífica tarde soleada, cuando la luz resplandecía en las murallas de Dubrovnik, Zvoriko era el único paseante. Después de las horas laborales, la gente va a comer y vuelve a salir de casa. A las nueve comienza el toque de queda. Por las tardes las tiendas cierran. Las pocas terrazas sólo abren por la mañana. Los días son interminables.

En diciembre pasado, después de tres meses de oscuridad absoluta, el sistema de suministro de agua y de la energía eléctrica fue instalado. Miles de refugiados volvieron a sus hogares. En febrero comenzaron las escuelas. "Por la noche no se puede salir. Me aburro y me desespero. Cuándo se irá este ejército de aquí", dice Anita, estudiante de último curso en el instituto, y mira hacia las colinas que se ven desde cualquier rincón de la ciudad, donde el Ejército, como desafío, izó las banderas yugoslavas.

El Ejército federal nunca ha explicado sus operaciones en Dubrovnik. Las autoridades serbias se han distanciado de esta vergüenza. En Dubrovnik no había población serbia que proteger; ni cuarteles militares que desbloquear. Todo el municipio, extendido a lo largo de los 160 kilómetros de la estrecha franja costera, fue desmilitarizado en 1968. Si bien hubo provocaciones croatas cerca de los confines entre Croacia y Montenegro, Dubrovnik no estaba preparada para defenderse de la avalancha del Ejército federal que arrasó en pocos días la resistencia y llegó a las puertas de la ciudad, dejando un desierto humano y material a su paso.

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Más de 15.000 refugiados de los pueblos de la región KonavIe y otras aldeas del municipio, tradicionalmente ricos gracias a la agricultura y el turismo, viven en Dubrovnik: la mitad en los hoteles semidestruidos por los bombardeos y los incendios, y la otra mitad en casas de amigos y parientes. Para éstos últimos, ya que ni los anfitriones ni los huéspedes inoportunos tienen dinero, se han abierto las cocinas públicas.

Por las mañanas, los informativos de Radio Dubrovnik transmiten noticias prácticas: de las 9 a las 10 se distribuye la leche para los niños destinada a los refugiados en las familias; a partir de las 11 se distribuye el arroz, etcétera. Sólo la compania naviera Atlantska Plovidba, cuyos barcos navegan bajo las banderas extranjeras, genera dinero. El resto -los hoteles, las agencias turísticas, las tiendas y los servicios- subsisten gracias al dinero proveniente de Zagreb.

Los refugiados viven un auténtico drama: cuentan y recuentan cómo los reservistas montenegrinos habían quemado sus casas y saqueado sus propiedades. Nadie ha visto su casa desde hace cinco meses porque de Dubrovnik no se sale, a menos que uno acepte volver al "territorio ocupado". El Ejército no impide la vuelta de los refugiados que tienen casas en el campo. Un millar volvió para salvar los viñedos, pero la mayoría decidió esperar.

Simulacro de vida

"Dubrovnik vive un simulacro de vida", opinan sus habitantes. Por las mañanas, Stradun, la calle principal del casco viejo, se llena de gente pululando entre los palacios quemados en el último bombardeo del 6 de diciembre, los agujeros de metralla y las granadas en las fachadas y en las calles de piedra. Las tiendas están abiertas pero las mercancías no se ven: ningún cristal quedó intacto. En ausencia del vidrio, las planchas de madera cubren los huecos. Hasta los coches circulan con plásticos en lugar de cristales. Algunos salvaron sus motores a pesar de haber sido cosidos a ráfagas. La mayoría, sin embargo, siguen quemados en las calles: no hay dónde llevarlos.

Desde el reconocimiento de Croacia, el 15 de enero, que según la gente de Dubrovnik se consiguió gracias a esta ciudad internacionalmente conocida, todos han abandonado a la joya del Adriático.

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