Los ultimos maoístas
SENDERO LUMINOSO, la guerrilla maoísta que desde hace más de una década lleva una guerra contra el Estado peruano con un saldo de más de 20.000 muertos, parece haber cambiado su estrategia y trasladado el peso de su lucha del campo a la capital. Lima puede convertirse en un terreno propicio para la lucha senderista con sus siete millones de habitantes, de los que una gran parte vive en míseras barriadas llamadas "pueblos jóvenes". El hambre, el desempleo y ahora el cólera son el mejor instrumento para la propaganda de Sendero a la hora de mostrar a la población la incapacidad del Estado y aprovechar la desesperación de los que no tienen nada que perder.La ofensiva de Sendero se beneficia también del desmantelamiento de la izquierda peruana, que en las elecciones de 1990 quedó prácticamente barrida del mapa político. Enzarzada en querellas internas, desmoronados sus modelos exteriores , la izquierda peruana no se diferencia esencialmente de las de otros países de América Latina, salvo en que su opción democrática abrió, dramáticamente, un campo por el que actúa Sendero Luminoso.
El otro aliado de Sendero se encuentra en la entraña misma del sistema. El fujichoque, como se ha bautizado al plan económico neoliberal peruano, ha expulsado a gran número de personas del proceso productivo y condena al hambre a grandes masas de la población. De poco servirá cumplir los objetivos macroeconómicos del plan de ajuste si el precio a pagar es el avance de una guerrilla sanguinaria que amenaza con atenazar Lima y se permite declarar sin el menor empacho que ha llegado ya a la fase de equilibrio estratégico en la llamada guerra popular.
En esta guerra, Sendero no vacila en recurrir a los métodos del terror, del que son víctimas no sólo los representantes del Estado, sino también los líderes de las organizaciones populares de izquierda, e incluso de extrema izquierda, que obstaculizan el avance senderista. El asesinato de María Elena Moyano en Villa El Salvador ha sido el más claro exponente de esta estrategia senderista, que recurre al terror como mecanismo para someter a quienes no comparten sus métodos. En este caso, el asesinato representa para Sendero una baza importante en su estrategia para atemorizar al pueblo y asegurarse al menos su pasividad.
Dirigentes comunales de izquierda tratan de hacer frente a este efecto desmovilizador y conseguir que el crimen sirva de revulsivo para enfrentarse a Sendero. -La izquierda peruana y sus dirigentes comunales se encuentran ante el dilema de dejarse matar por Sendero o responder con las armas a la agresión. En el campo peruano, las rondas armadas de autodefensa civil parecen haber hecho daño a la avanzada senderista. El presidente Alberto Fujimori ha ofrecido implantar el mismo modelo en Lima. Las rondas armadas en la ciudad sin un control por parte del poder, es decir, de las Fuerzas Armadas o de la policía, pueden degenerar en una lucha de todos contra todos. El riesgo de libanización es grande y el desprestigio de los militares y policías peruanos quizá mayor.
En este difícil panorama resulta un poco patética la figura de Fujimori y su afirmación de que entregará la presidencia en 1995 con el país pacificado. No se vislumbran por ninguna parte los elementos que permitan sostener tal afirmación. Todo indica más bien lo contrario. Fujimori parece decidido a seguir la línea marcada por sus asesores más militaristas y haber olvidado lo que decía durante la campaña electoral sobre la existencia de una violencia estructural como causa del crecimiento de Sendero. El problema es que esa violencia estructural persiste o se agranda, y la represión pura y dura resulta, con frecuencia, incontrolable.
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