'La caza de brujas'
La purga del viejo 'aparato' ha sido moderada en la forma, pero de implacable eficacia
A mediados del pasado año, los más irritados de los checoslovacos celebraban la promulgación de una ley que impide a los antiguos miembros del partido comunista que hubieran podido tener relación con la policía secreta ejercer actividades de dirección pública Una controvertida ley que pone fuera de la legalidad a alguien tan importante como el propio Dubcek, el héroe de la Primavera de Praga, puesto que su cargo de jefe de Gobierno le confería, de manera automática, una estrecha relación con la policía política.
La caza de brujas se ha desarrollado en el país con una cierta moderación en las formas, pero con una implacable eficacia. No ha habido muchas voces capaces de oponerse a la misma. Un escaparate en la calle Pariska está repleto de mensajes de organizaciones internacionales que protestan por la clausura de los locales de un movimiento internacional de juventud, una organización subalterna del Partido Comunista checo. Nadie parece conmoverse en exceso ante las quejas de los damnificados. Toda organización que contenga la palabra internacional en su nombre es vista con escasa simpatía. Como les sucede a los propios socialistas, víctimas primeras de la represión comunista en los años cuarenta. El partido socialdemócrata padece esta situación de venganza semántica.La revolución ha sido de terciopelo, pero no ha sido pactada, recuerda Jiri Budaj, un votante del partido de Vaclav Klaus y ferviente partidario de Havel, ante un café en la plaza de San Wenceslao, y dice que los demócratas tienen que protegerse de los que fueron feroces represores. Durante los últimos 20 años de régimen comunista, la sociedad checoslovaca se convirtió en una sociedad envilecida, en la que era obligado colaborar con el régimen. Quien no lo hacía se veía condenado a la cárcel o al ostracismo. Muy pocos fueron capaces de dar la cara ante la obligatoriedad de la delación contra los compañeros de trabajo o los vecinos. Ante la ley contra los comunistas es dificil protestar sin tener un pasado inmaculado.
Emir Zatopek, una leyenda del atletismo checo, no concede apenas entrevistas. Apoyó a Dubcek. Los comunistas que gobernaron después del 68 le obligaron a declarar públicamente que el deporte sólo se desarrollaba a la perfección en un régimen socialista. Zatopek prefiere no hablar de eso.
La mafia comunista
Chirka P. va un poco más lejos: la medida de depuración de los comunistas es obligada para impedir el desarrollo de una mafia muy consolidada que se apoya en los ingentes fondos que el partido ocultó en los últimos días de existencia del régimen. Los dirigentes de empresas públicas preparan los planes de viabilidad y deciden cuál ha de ser la composición de su capital. ¿Cómo se garantiza que no se hagan con las grandes empresas del país utilizando el dinero secuestrado? Julia Pelegrí negocia por Iniexport la instalación de una fábrica de ladrillos. Durante la reunión con los responsables de la empresa eslovaca que sería la asociada, el director de la compañía confiesa que no podrá asistir a la siguiente reunión porque cometió "el error de colaborar con el anterior régimen".
Los numerosos observadores de Europa occidental que viven de cerca la experiencia checoslovaca dicen que es un país en el que aún no hay una clase política (y todos excluyen de su generalización a Klaus), pero sobre todo echan de menos -y en esto coinciden con los checoslovacos- una clase empresarial. No hay empresarios en un país que se ha convertido en capitalista de la noche a la mañana. Hay excelentes economistas, excelentes técnicos, una mano de obra de altísimo nivel educativo (más que la de Alemania del Este, señalan con orgullo), pero no hay empresarios. Y los directores de empresas comunistas han sido purgados. Desde este punto de vista, los checos solicitan ayuda internacional.
Prioridades
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha bendecido los resultados del plan de choque. Vlastimíl Gejdos, director general de Macroeconomía, muestra el informe con orgullo mal disimulado. Pero desde todos los observadores se vierte una avalancha de consejos sobre las cabezas de los dirigentes federales: hay que reconvertir la industria, la agricultura, hay que crear canales de distribución eficaces, hay que hacer un esfuerzo ecológico de una envergadura impresionante.
Lansky ironiza mientras no para de bostezar: "Los primeros interesados en no envenenar a nuestro pueblo somos nosotros". El Gobierno austriaco, temeroso de las condiciones de seguridad de la central nuclear de Jaslovske Bohunice, ha ofrecido pagar el importe de un año de su producción eléctrica a cambio del cierre. Pero el oleoducto que viene de Yugoslavia se retrasa, el carbón envenena más que cualquier otra cosa, y el petróleo ex soviético llega con complicaciones. ¿Cómo cerrar, entonces, una central nuclear? Lansky sonríe todo el rato, como si hablara con un niño incapaz de entender lo complicada que es la existencia. Fuera de su austero despacho, una nube de humo cubre los tejados de Praga. Las calefacciones domésticas funcionan en su mayoría con carbón, con ese carbón envenenado que ahora obsesiona a los checoslovacos, con ese carbón que contiene un 3% de azufre y hace caer sobre un tercio de los bosques del país ácido sulfúrico cuando se mezcla con el agua de la lluvia. Sólo e ni la antigua Alemania Democrática se produce una contaminación mayor sobre el suelo.
Testigos mudos
Los sindicatos son los grandes testigos, hasta ahora mudos, de este proceso de selección de prioridades, de esta reconversión que va a dejar sin empleo al 20% de la mano de obra antes de que finalice el año. Nadie sabe hasta cuándo estarán callados, y su fuerza es impresionante. Pero también el Gobierno sabe que goza aún de un importante margen de maniobra. No sólo porque la revolución está plenamente legitimada (y no hay otra cosa enfrente), sino porque los propios sindicatos no saben cómo actuar con las nuevas reglas del juego.
Durante el régimen comunista eran organizaciones subordinadas al régimen que tenían una mentalidad de servicios hacia sus afiliados. Ahora se trata de cambiar de pleno las formas de actuación, se comienzan a poner en marcha organizaciones por ramas de actividad y se plantea que las negociaciones no tienen por qué ser absolutamente globales. Y surgen los primeros rumores sobre tentaciones sindicales de entrada en la política.
El clima político está, sin embargo, muy despejado para la nueva derecha que gobierna. Enfrente, gracias a la contundente actuación de los comunistas durante 40 años, no hay nada. Los comunistas reúnen en torno a su partido el voto fiel de un 15% del electorado sin posibilidades -según los observadores externos- de ampliación. Y, sobre todo, sin capacidad para encontrar un solo interlocutor. El resto de las formaciones se dividen entre facciones populistas y variantes de la derecha que gobierna.
Los socialdemócratas, con una proyección de voto del 15% como máximo, se encuentran también en una situación de aislamiento y su líder, el popular y reconocido Komarek, se pierde en la denuncia con un discurso más propio del 68 que de ahora. Nadie duda en Checoslovaquia que Klaus sucederá a Klaus en el Gobierno que surja después de las elecciones de mayo. Sólo queda por despejar la incógnita de quién será su socio.
Ésa es la principal garantía que esgrimen los protagonistas de las reformas para mantener que las medidas de futuro serán coherentes con el aparato puesto en marcha desde principios de 1990. Klaus presume de que Margareth, Thatcher privatizó unas pocas empresas en ocho años, mientras él ha privatizado toda una economía en sólo dos, y también presume de que la mayoría de los checoslovacos se manifiestan de acuerdo con que la velocidad del cambio ha sido la adecuada. Sólo en Eslovaquia se manifiestan tendencias (allí la reconversión será más dura) más fuertes de quienes consideran que la reforma ha ido en exceso deprisa. El equipo de Klaus se muestra algo frustrado por los retrasos en la privatización: los comités de expertos, los auditores de planes de viabilidad no dan apenas abasto para juzgar sobre los planes presentados por las empresas para convertirse en empresas de mercado.
La segunda invasión alemana
Las calles de Praga están pobladas de pequeñas placas que recuerdan aún (muchas veces con flores frescas y fotos) a las víctimas de los últimos días de la presencia nazi, en 1945. Una parte de los checos se levantó en aquellos días contra el invasor que les había convertido en protectorado alemán. Los rusos fueron recibidos como ejército liberador, y fueron considerados durante años, hasta 1968, como auténticos garantes de la independencia del país. Después de 1945, el Gobierno checoslovaco expulsó a casi tres millones de alemanes de los Sudetes. Y los alemanes fueron la obsesión durante años. Hoy, los alemanes vuelven con los bolsillos repletos de marcos, aunque menos de los que los checoslovacos desearían. Compran las mayores empresas y proveen de tecnología.Desde las comisiones que deciden las autorizaciones de ventas de empresas, se desconfia de esta nueva invasión, esta vez pacífica, que ha dejado a Checoslovaquia dentro del área del marco. Los alemanes -y los austríacos- invaden Checoslovaquia los fines de semana y dejan vacías las tiendas de antigüedades en cuestión de horas. Se dejan divisas fuertes y agotan las existencias de gorros del Ejército de los vendedores callejeros. Algunas voces, de cuando en cuando, vienen de Alemania para pedir la restitución de los bienes de los expulsados de los Sudetes. Es un fantasma aún vivo, aunque es un fantasma necesario para la supervivencia.
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