Tregua
Traficantes de influencias, traficantes de suelo, de información, de tierra, mar, aire... Traficantes... por lo que más queráis, concedednos una tregua. El parte cotidiano de corrupciones parece una sección tan habitual como la cartelera de espectáculos o la meteorología o las necrológicas: Ya sé que en los medios de comunicación no hay sitio para las noticias de la moralidad pública y privada, que también la hay, bien sea dictada por la costumbre, el miedo o un venturoso pudor que es la única. virtud sin pretensiones que nos queda. Pero es que tanto bombardeo de chorizo me tiene llena de moretones el alma, espíritu de cristal mal soplado en años en que hasta el aire se compraba de estraperlo.Después de pasar por la prueba de conocer a ladronzuelos condenados a cinco años de cárcel por haber robado cinco kilos de caramelos -eso sí, con nocturnidad, escalo y alevosía-, mi prevención ante los comportamientos y los lenguajes jurídicos será del todo comprensible, y mi escepticismo sobre la posibilidad de obtener justicia en este mundo sólo es comparable a mi certeza de que no la hay tampoco en el otro. Lo que me molesta, pues, es el ruido de la corrupción, este molesto barullo cotidiano que lo invade todo y entorpece hasta imposibilitarla una real comunicación democrática. Los españoles ¿nos dividimos entre los que disimulan silbando y los que guiñan el ojo como si hicieran fotografías de la malicia?
Un mes, medio año... ¡un año! Bueno. Pero es que esto no se acaba, esto es un culebrón venezolano sobre la diarrea ética, que se convierte en el principal discurso político de una democracia que apenas si ha tenido tiempo de cansarse de sí misma. Ya hemos llegado al borde del abismo. Es el momento de negociar una tregua. Redacte usted, Corcuera: se prohíbe el tráfico de cualquier cosa, pertenezca al paisaje o al paisanaje.
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