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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cambios en China

SE OBSERVA en China una ofensiva en toda la regla del sector reformista con vistas a imponer sus ideas, sobre todo en orden a la innovación económica, en la sesión de la Asamblea Nacional convocada para el proximo 20 de marzo. El momento decisivo de esta ofensiva fue la reaparición de Deng Xiao-ping, que a sus 87 años de edad sigue siendo la figura clave en la dirección del país, visitando las zonas especiales de la costa en las que se desarrolla con gran ímpetu una economía capitalista ligada en gran parte a empresas, extranjeras. Frente a los conservadores que critican esas zonas como una "traición" al socialismo, Deng las elogió con palabras entusiastas.El 23 de febrero, el Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista Chino (PCCh), publicó un artículo en el que señalaba la necesidad de China de abrirse al exterior "aprovechando las ventajas del capitalismo", y que debía "desarrollar de manera adecuada una economía capitalista para completar su economía socialista". Jamás habían aparecido en tal periódico unas palabras semejantes. El jefe del Gobierno, Li Peng, culpable de la represión de Tiananmen y al que se le considera representante de los conservadores menos dogmáticos, se ha sumado a esta línea: en unas, recientes declaraciones anunció "el progresivo distanciamiento del Estado de la propiedad y control de los medios de producción, del suministro de materias primas y de la creación de puestos de trabajo", señalando que las empresas serán juzgadas por su capacidad de competencia en el mercado.

De estas declaraciones cabe suponer que la Asamblea del 20 de marzo significará un nuevo impulso para la reforma económica. La base de toda la estrategia de Deng es poner en primer plano el éxito económico, partiendo de que la demanda popular de libertad es mucho menos fuerte si se asegura un nivel de vida aceptable a los ciudadanos. En su opinión, el gran error de Gorbachov y lo que le ha llevado al fracaso ha sido, precisamente, otorgar libertades políticas antes de establecer una base económica para satisfacer las necesidades de la población. Lo cierto es que China está logrando resultados económicos indiscutibles, y que su producto nacional bruto creció en un 7% en 1991. Por no hablar de las zonas costeras, en las que el crecimiento de la industria alcanzó el 25%.

Pero ¿hasta dónde llegará la ofensiva reformista? El cambio en el lenguaje de los dirigentes es apreciable. Sin embargo, permanece el rechazo total a una liberalización política sincera. Las recientes condenas a varios años de cárcel de siete activistas del movimiento democrático son la confirmación de que la represión continúa. Al propio Deng le aterroriza la idea de que pueda surgir un movimiento popular en demanda de democracia. Sólo concibe la reforma reaflzada desde el poder, con aperturas mínimas y que en ningún caso amenacen una "estabilidad" basada, en primerísimo lugar, en el aparato represivo del Estado.

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En todo caso, la capacidad de Deng de dirigir el rumbo de la reforma no podrá mantenerse mucho tiempo. El relevo generacional, con un numeroso grupo de octogenarios en la cúspide del Estado y del partido, resulta ineludible por la simple ley natural. En el 14º Congreso del PCCh, fijado para este otoño, se podrá juzgar hasta qué punto Deng ha logrado preparar su sucesión con personas capaces de llevar la reforma adelante. Una reforma cuyo objetivo no es la democracia, sino más bien sustituir él comunismo por un autoritarismo pragmático. No otra cosa esperan las cancillerías occidentales, muy deseosas de mejorar sus relaciones con Pekín.

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