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De la cama al libro

Javier Rioyo es el autor de 'Madrid, casas de lenocinio, holganza y mal vivir'

Javier Rioyo, periodista de 38 años, cuenta que su minucioso conocimiento de la cara más picante y prohibida de la ciudad, ese Madrid que fue burdel antes que corte, parte de "haber querido mirar detrás de la cerradura, igual que Alicia quiso un buen día saber qué podía esconderse al otro lado de un espejo".

Rioyo acaba de publicar Madrid, casas de lenocinio, holganza y mal vivir. La heroína de Lewis Carroll y él podrían parecerse por su impaciencia en buscar y su paciencia en recopilar lo encontrado. Como Alicia, Javier Rioyo no es ningún inocentón, aunque ilustres personajes de la historia de Madrid, bien quisieran sentar lo en el banquillo celestial, o infernal, ¿quién sabe?, y pedirle cuentas por su indiscreta osadía.No es un trabajo de campo, y las fechas saben que no miento", cuenta Rioyo, "porque el recorrido comienza con los visigodos, un poquito antes de nacer yo mismo, y termina en 1959, poco después de mi llegada al mundo. Naturalmente, me habría encantado acudir a uno de esos lugares de chicas de alquiler al lado de Quevedo, asiduo de las mancebías de la calle de Toledo; con Lope de Vega, cliente de las de la calle de Cervantes; entrar con Moratín en un lugar canalla y disparatado como el que hubo en la plaza del Alamillo, o alternar con el mismísimo Espronceda, el poeta de apariencia meliflua y un tanto blandengue cuyo deseo siempre fue morir en brazos de una mujer alquilada y haciendo eso".

Villa Rosa

Se sorprenderían muchos, y sobre todo muchas vecinas de la plaza de la Cebada, si supieran que allí donde hoy se venden carnes, frutas y pescados, en tiempos se comercializaba con cierta clase de amor y alivio para los príapos bajo la más inocente de las fachadas, la de un convento; que el actual Villa Rosa, local de moda, fue el lupanar favorito de Primo de Rivera, dictador, golfo y borrachín, enamorado de una espectacular fulana de nombre La Caoba, que ejercía además de zorrotonadillera y putobailarina. No lejos de allí, en Los Gabrieles, sabe Rioyo que tenía instala da Manolete una plaza de toros forrada de colchón para devaneos sin peligros. Paredes que si hablasen podrían contar cómo Belmonte cortaba mejor orejas que faldas, porque un día "se vió desnudo frente a una mujer, sintió tristeza, pagó y se fue"."Este libro existe porque estoy un poco harto de tener una sola versión de la historia, casi siempre la de los ganadores. Y lo oficial suele ser lo más aburrido. Los españoles, en general, y los madrileños, muy especialmente, hemos luchado contra la destrucción del placer, y un burdel, en definitiva, no es más que una reproducción de la sociedad. Los hubo y los habrá majestuosos, medios, cortesanos, vulgares y exclusivos. El tiempo no ha marcado tantas diferencias, aunque se utilicen tarjetas de crédito y los nombres sean saunas, contactos, casas de masajes... Es curioso que precisamente los Reyes Católicos practicarán el hábito de conceder prostíbulos a modo de prebenda".

Madrid ha sido la capital burdelesca por excelencia durante el Siglo de Oro y en los años veinte. Entre el elenco de famosísimos playboys de la historia encontramos desde un santo, Alfonso X, hasta el donjuán por excelencia, el conde de Villamediana, que seguramente se ganó el cielo sufragando la costosa ludopatía de Góngora. Gracias a Javier Rioyo, sabemos que Julio Romero de Torres acostumbraba a mirar demasiado cerca a sus modelos, o que todo un premio Nobel, Ramón y Cajal, frecuentaba las muchas casas de lenocinio de la calle de las Huertas, "más putas que puertas", decía el refrán."Era un tremendo aficionado al amor francés, que practicaba mientras los bichitos de sus investigaciones hacían lo propio dentro de las probetas". Las chicas, rabizas regalonas, sintieron la muerte del doctor y colocaron crespones negros en señal de dolor. "Precisamente, en un viejo hospital de la zona de Antón Martín, donde abundan las consultas de venéreos y piel, se puso en práctica el primer tratamiento serio contra la sífilis. Porque ahora podríamos hablar del sida, pero en aquellos tiempos la sífilis fue una terrible enfermedad".

El lenguaje del hedonismo a lo largo de la historia también ha fascinado a Rioyo: "Hay expresiones curiosas, como la de chicas del barranco para las putas baratas que lo hacían en el barranco de Lavapiés".

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Su libro es, sin embargo, para todos los públicos, pero especialmente para quienes se identifiquen mejor con sus protagonistas, trasnochadores (que no trasnochados).

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