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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Integrismo católico

El País

HACE POCOS días, The Irish Times se preguntaba: ¿Qué es lo que se ha hecho de esta república de Irlanda, en qué clase de país se ha convertido para que, en 1992, la totalidad de sus autoridades, de su policía, de sus agentes judiciales y de sus tribunales se movilicen para condenar a una niña de 14 años a las torturas de un embarazo y un parto que son consecuencia de una violación?" En Occidente se critica frecuentemente el integrismo islámico. ¿Qué puede decirse hoy del integrismo católico que está dispuesto a castigar a una adolescente a la tragedia de una maternidad violentamente impuesta? Sólo in extremis el Tribunal Supremo de Dublín ha enmendado el dislate por el que, hace algo más de una semana, había prohibido a la niña salir de Irlanda para ir a abortar a Inglaterra. Y puede sospecharse que lo ha hecho sólo para evitar el escándalo de una medida impopular que ha colocado, además, al nuevo primer ministro, Albert Reyno1ds, en imposible situación.Irlanda se enfrenta a un dilema que amenaza con dividir a la ciudadanía en dos, como ya ocurriera cuando en 1983 fue aprobada por referéndum una enmienda constitucional sobre "el derecho a la vida del no nacido". Precisamente esta enmienda es la que movió al fiscal general a enfrentarse a la razonable pretensión de los padres de la niña de facilitarle el aborto en Inglaterra. Y es trágico que tuviera conocimiento del caso simplemente porque el padre de la víctima, antes de llevarla a Londres, acudió a la policía para denunciar al amigo que la había violado.

La disposición constitucional de 1983 es intrínsecamente mala porque impide a las mujeres tomar decisiones sobre sus propios cuerpos. Pero es aún más perversa porque, no siendo legalmente suficiente para impedir que la niña aborte en el extranjero, como hacen miles de irlandesas cada año (una disposición de la CE reiterada por una sentencia del Tribunal Europeo lo permite expresamente), fue indirectamente invocada la semana pasada por el Tribunal Supremo de Dublín como excusa para prohibirle salir de Irlanda en los próximos nueve meses. Un sarcasmo insultante que encubre, además, una tragedia para una víctima inocente que al final sólo anhelaba acabar con su vida.

El caso también ha sacado a la luz las contradicciones existentes entre el derecho al aborto y la intolerancia de una sociedad que lo ha venido rechazando de forma mayoritaria. Los irlandeses se han visto enfrentados a la. inesperada contradicción provocada por la enmienda antiaborto en la moralidad de final del siglo XX. Y parece que parte del pueblo, angustiado por la tragedia de la niña, se está decantando en pro de la derogación de la norma. Lo que, a su vez, amenaza con resucitar la amarga división popular de 1983. Pero, sobre todo, suscita el tema central de la intolerancia de la Iglesia católica allí donde domina.

Es notable que la respuesta de la Iglesia irlandesa haya sido intentar desvincularse del fondo del problema para no tener que decidir sobre un asunto escandaloso. Y de paso, supremo cinismo, para declarar que si con ayuda de la legislación comunitaria se puede obligar a las autoridades de Dublín a permitir el viaje, ello haría innecesaria la derogación de la enmienda de 1983. Muerto el perro se acaba la rabia. Y es que existe un problema más en todo este embrollo. La cuestión enfrenta abiertamente la posición de Irlanda con una disposición comunitaria: la que consagra el doble derecho de cualquier ciudadano europeo a recibir tratamiento médico, incluido el aborto, y a viajar a donde sea necesario para obtenerlo. Y, como es sabido, la. ley comunitaria prima por encima de la nacional, incluso si se trata de la Constitución. Para complicar más las cosas, los irlandeses se embarcan ahora en el proceso de ratificación -mediante referéndum- del Tratado de Máastricht. En él figura un protocolo adicional por el que Irlanda mantiene la prohibición del aborto aun cuando la CE lo permita. ¿Qué podría ocurrir si el fuerte sentimiento antiabortista irlandés impidiera la ratificación? ¿Qué futuro esperaría a una Irlanda autoexcluida de la Comunidad y amargada por un paso atrás en el elemental camino de dejar a las mujeres la responsabilidad en las decisiones que a ellas, fundamentalmente, afectan?

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