Agujeros
Cuando éramos pequeños, fabricábamos con cartón tubos triangulares que tapábamos por uno de los lados con un trozo de espejo. Después, guiñando un ojo, mirábamos por el agujero y veíamos el ojo de Dios. Descubrimos, pues, antes de leer a Roland Barthes que el ojo por el que Dios nos mira es el mismo que por el que nosotros le vemos.Más tarde nos aficionamos a los agujeros de las cerraduras. Por éstos no se veía a Dios, pero nos proporcionaron una visión anticipada de los agujeros negros descritos por Stephen; en efecto, al otro lado de la abertura solía haber, en enaguas, una estrella apagada con una masa cinco o seis veces superior a la normal, cuya fuerza gravitatoria nos succionaba con la intensidad de una respiración ansiosa.
De Submarino amarillo, aquella increíble película de los Beatles, lo más inquietante era el mar de agujeros. Recuerdo que John Lennon se guardaba en el bolsillo uno del mismo tamaño que aquel otro por el que salió la bala que habría de taladrar su cuerpo. Luego iba diciendo por ahí que tenía un agujero en el bolsillo.
Ahora oigo que se ha descubierto un agujero en la capa de ozono. Yo no lo he visto porque todavía no he pasado por debajo, pero parece que es como una gotera cósmica por la que se cuelan unos rayos ultravioletas que si te dan te producen un cáncer.
A veces he intentado imaginar la cara que pondría Dios si se asomara por ese orificio y viera la orgía de humos, toses y olores de aquí abajo. Pero un amigo cura me ha dicho que eso no es posible porque, por alguna razón de orden teológico, Dios sólo puede mirar por agujeros con forma de triángulo.
Mejor para él, pues he sabido que quien acecha por un agujero ve su duelo, o sea, el nuestro, que el mundo es un espejo.
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