"Mamá, ¿la nieve moja?"
235.000 niños vieron ayer por primera vez una gran nevada en la capital
EL PAÍS El cielo regaló ayer un bello truco de magia a los 235.000 madrileños que tienen entre uno y cuatro años: por vez primera veían la nieve cuajada en las aceras y los tejados de su barrio. La ocasión anterior, en 1989, les había pillado en la cuna (sin poder incorporarse para aplastar la nariz en la ventana) o en algún inconcreto lugar de la inexistencia.
Guillermo tiene cuatro años y medio. Cuando hacia las nueve menos cuarto le despertó su madre para que se asomara a ver el paisaje, se quedó pegado al balcón. La casa está delante del Retiro y los árboles y los "argustos", como él decía, aparecían totalmente blancos. No pesta neaba. Al salir al portal para di rigirse al colegio, Guillermo se quedó parado y dijo: "¿La nieve moja?, ¿se me van a mojar los pies si piso?".
Y después: "¿Cómo ha caído la nieve?, ¿cúando? ¿Y el teatro de Pirulo [el del Retiro, al que va todos los domingos] también es tará blanco?".
Al llegar ante el colegio, sus amigos le gritaban: "iGuillermo! ¿Has visto? La profe nos dejar jugar y se ha traído una zanahoria".
También Pablo, de tres años, hizo ayer el recorrido más fantástico hasta el colegio. Ochenta veces le gritó a su padre: "¡Y mira allí también!", "¡y mira encima del árbol!", "¡y mira los coches!". Y por fin llegó la pregunta crucial: "¿Quién echa la nieve desde arriba?".
Miradas de complicidad
La llegada al cole fue un intercambio de miradas de complicidad. Sus 20 compañeros de clase ya estaban pegados al cristal, con los ojos más grandes que nunca, mientras la profesora les repetía: "Luego, haremos bolas y muñecos".
David, de tres años y medio, con los ojos entornados por el sueño, observó ayer, a través del cristal de la ventana del dormitorio, su primera gran imagen blanca. "Mida, papá, el árbol no ez vedde, ez banco", dijo, atónito. "¡Huy, el coche!, ¿qué le ha pasado, papá?".
Pepe, de la misma edad, se vistió ayer más rápido que nunca. Estaba obsesionado. "Corre, corre, que se acaba la nieve, que se la llevan los niños", gritaba a su madre, al ver a otros chavales que cogían nieve.
Clara, de cuatro años, que tiene un pijama lleno de dibujos de copos -"vistos al microscopio", precisa, siempre redicha-, se enfrentó con los ojos muy abiertos al paisaje nevado. "¡Mira, todo está cubierto de nata!". Pidió a su madre que le pusiera las botas de agua. Ante ella se abría una jornada de bolazos. En el colegio no hicieron ningún muñeco. "No teníamos zanahoria, ni botones cosidos. Y ahora déjame, que quiero rnerendar".
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