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Amable Blanco contrata un negro

El color de la piel, decisivo para los que buscan casa y trabajo

El guineano Emilio Batista tuvo un golpe de suerte justo cuando se le acababa el plazo de regularización. Ahora es camarero en un restaurante gallego que regenta Amable Blanco -y no es un chiste- en el madrileño barrio de la Prosperidad. Como Batista, otros pocos inmigrantes negros han logrado trabajo. Gracias al color de su piel, algunos ponen la nota exótica en la puerta de un pub. Gracias a él también, la mayoría tiene problemas para conseguir un contrato laboral, alquilar un piso o acostumbrarse a la forma en que les miran los blancos.

Emilio Batista, de 24 años, llegó a Madrid en diciembre de 1990 y respiró ligeramente cuando consiguió un empleo en una gestoría que nunca llegaría a contratarle a pesar del descuento mensual de 8.000 pesetas para la Seguridad Social, que se fueron quedando en el camino.Lo intentó de nuevo en una mensajería. Pero dos días antes de expirar el plazo para la regularización de los emigrantes, Emilio fue despedido "porque la empresa donde estaba era pequeña, y yo, extranjero", un argumento tan tópico como decirles que llevan el ritmo en la sangre. "No soy un delincuente. No soy un marginal, y preferí hacer irme antes de ser expulsado".

Finalmente, Amable Blanco, propietario de un restaurante gallego, lo contrató. "Es buen camarero, y a mis clientes no les importa que sea negro", explica el patrón. "A través de una amiga que trabaja en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) contacté con Emilio y llegamos a un acuerdo. Al principio tuve que dejarle dormir en el local, porque pocos les alquilan pisos. Ahora estamos bien acoplados. Tiene su contrato, su Seguridad Social, gana 80.000 pesetas al mes más casi 20.000 de bote. Si todo sigue igual, cuando abramos la terraza de verano pienso subirle el sueldo".

Gracias al trabajo, Emilio Batista ha conseguido hueco en una pensión. Cada mañana, después de ir al gimnasio, se coloca el blanco delantal y sueña con una beca que le convierta en periodista. Todo o casi todo por no volver a su país, que abandonó para no hacer el servicio militar.

Adivina quién viene a cenar

Son muchos los africanos que se quejan del racismo de la hostelería madrileña. "A mí me dejan estar en la puerta del pub porque resulta muy exótico, con -la moda de la música salsera... pero servir un trago, ¡ni hablar!", se quejaba un joven guineano, viendo que las únicas manos que no ofenden son las blancas.Desde las asociaciones surgidas en su apoyo, relatan cómo un buen día alguien ofreció 30 puestos de trabajo en una cadena de apartahoteles y se negó a contratar a un solo negro. "Necesitan aval para todo, desde el alquiler de un piso hasta garantías ante posibles desperfectos", cuenta Javier Bárcena, abogado. "Aquí [se refiere a CEAR] se conceden ayudas económicas para montar negocios".

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Justo lo que anhela Anwar Ibrahim Hawadleh, de 37 años. Abandonó Somalia por oponerse a la dictadura. Con las 800.000 pesetas que está a punto de recibir abrirá una empresa de mensajería "por toda España". Es economista y un políglota consumado que, con cinco idiomas, vende tabaco por las calles de Madrid. "Es la vida. Aquí no están acostumbrados a los negros, pero yo me habitué hace tiempo ala forma en que me miran los blancos".

Oke Aruoture quisiera, además, traer a su novia y mostrarle las calles de Madrid que limpia cada fin de semana por 4.000 pesetas al día. Es el secretario de la Unión de Refugiados Africanos en Madrid, con un pasado muy activo como sindicalista en Nigería, su país.

Vive en un piso compartido con otros africanos en la calle de Calatrava y envidia a sus amigos, "que trabajan en un supermercado y ganan 70.000 pesetas al mes. Con eso podría perfeccionar el castellano y seguir estudiando relaciones públicas.

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