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Entrevista:

"Felipe González va a enterrar a muchos herederos"

Luis R. Aizpeolea

Pregunta. Al poco de la salida de Alfonso Guerra del Gobierno, usted admitía que en el seno del PSOE había un debate sobre el modelo de partido. ¿En qué términos plantea ese debate?Respuesta. En el PSOE las coincidencias son superiores a las discrepancias. Pero, dicho esto, el PSOE está vivo, y a veces, lamentablemente, tenemos la tentación de ver como adversarios internos a quienes no piensan como nosotros. Creo que los socialistas no tenemos que buscar nuestro adversario en el partido. El debate no debe ser de políticos sobre políticos, sino sobre las cosas de los ciudadanos, que son las importantes.

P. Ese mismo debate se planteó el pasado 24 de enero en el comité federal socialista. Unos dirigentes del PSOE se inclinaban por cerrar filas ante las críticas sobre la corrupción y otros por tomar la iniciativa política. ¿Cuál fue su posición?.

R. En las sesiones del comité federal, los miembros de la ejecutiva apenas intervenimos. Pero no tengo recato en reconocer que un partido necesita un mínimo de disciplina entendida, como decía Tierno Galván, como responsabilidad compartida. A nadie se le obliga a que se afilie al PSOE y,- por tanto, nuestros niveles de coincidencia tienen que ser grandes. ¿Puede haber discrepancias? Sí. El aparato y la cohesión interna me parecen valores a no despreciar, pero no son un fin en sí mismo.

P. Sin embargo, hay dirigentes socialistas que no ven las cosas de ese modo. Ahí están las reuniones que organizó Alfonso Guerra en las que criticó a otros dirigentes del partido calificados de aperturistas.

R. Mi visión de Alfonso Guerra no coincide con lo que se dijo. El PSOE tiene que estar organizado para ser eficaz y debe estar suficientemente abierto para que la sociedad lo tenga como propio y no como un reducto de gentes importantes, lejanas y extrañas, que en secreto y conspirando deciden sobre el destino de los ciudadanos. Ése es un modelo de partido que cayó con el muro de Berlín y que no puede mantenerse. A veces podemos tener la tentación del dogmatismo. Pero un partido cercano a la sociedad como el PSOE se esfuerza en buscar ingenieros de la eficacia solidaria, más que predicadores de un dogma en el que nadie cree. La gente no quiere paraísos. Quiere mejores pensiones, escuelas...

P. ¿Pero no cree que todo ello requiere una revisión del partido en una dirección de apertura?

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R. Hay que estar en la tensión del cambio permanente. Se nos ha acusado de que muy pocos teníamos mucho poder. Compartir el poder es bueno. En el PSOE no debemos tener miedo de que surjan diversas voces, distintos modos de interpretar la realidad siempre que haya respeto fraternal y los conflictos se resuelvan democráticamente, es decir, votando. Eso es enriquecedor.

P. El pasado 16 de enero, usted y su secretario regional, Hernández Moltó, organizaron un acto en Toledo con la presencia de políticos socialistas dispares como Serra, Obiols, Solana, Almunia, y con la notable ausencia de Alfonso Guerra. A partir de este acto se ha hablado de una nueva mayoría en el PSOE y se ha acuñado un término, el espíritu de Toledo. ¿Era consciente del significado del acto y de la responsabilidad que asumía?

R. No invoco ninguna atenuante a la responsabilidad que me corresponda en ese acto. Al contrario, actos como el de Toledo son buenos y debían propiciarse más. Es bueno saludarse, congregarse mil socialistas en una reunión histórica: es la primera vez que un líder catalán, en el ámbito de la meseta, congrega a tantos socialistas. Fue un acto de contenido solidario y un modo de entender el Estado de las autonomías desde Castilla-La Mancha. Aplaudimos el desarrollo de Cataluña. No queremos que disminuya su riqueza, pero queremos que Castilla-La Mancha tenga un nivel mínimo de servicios asegurado por la solidaridad. Aunque reconozco que ha tenido otras lecturas.

P. Pero Alfonso Guerra no fue a Toledo.

R. No era cita obligada, y el visecretario general decide si asiste a los actos no orgánicos.

P. El acto se produce cuando desde la dirección del PSOE se afirma que Serra tiene dificultades de coordinación con ella, lo que no sucedía con Guerra.

R. Alfonso Guerra tiene por su intenso y eficaz trabajo en el partido un reconocimiento de los companeros que sólo es superado por Felipe González. Eso admite pocas interpretaciones. El vicepresidente del Gobierno tiene una misión distinta que cumple con acierto y así es percibido por los militantes y dirigentes del partido. Cada uno tiene su papel, el que les ha encomendado el PSOE y Felipe González.

P. Pero Serra sigue sin gustar en Ferraz.

R. No lo creo, pero yo no estoy en esos secretos. Serra tiene una doble legitimidad: la de ejercicio, de la que ha dado muestras suficientes, y la de origen, pues es vicepresidente por voluntad de Felipe González. Sólo un lego en política podía ignorarlo: Felipe González es el secreto de la cohesión entre Gobierno y partido.

P. Pero en los círculos políticos madrileños se dice que no es el sucesor de Felipe González, que el candidato es otro.

R. Hay mucha tendencia madrileña a hablar del heredero. Si me permite la broma, aunque el secretario general, Felipe, y el vicesecretario, Alfonso, tengan nombres de reyes, el PSOE no es una corte. Hablar en términos personalizados del sucesor implica un error porque hay Felipe para rato. Políticamente va a enterrar a muchos herederos. Le veo cada vez con más ganas de aceptar las responsabilidades que el pueblo le encomiende.

P. ¿Cuál es su opinión sobre el debate de la corrupción?

R. Mentiría si dijera que no estoy preocupado. Los políticos con que me trato son decentes, altruistas y se dedican al servicio público. No hay derecho a que se les generalice con una acusación tan descalificadora como la corrupción. Existen calumniadores de profesión. Me producen repugnancia, tanta como quienes se acercan a la vida política buscando el enriquecimiento rápido con tráfico de influencias, procedente del trato de favor. Lamentablemente, existen, pero son aislados. Tenemos la obligacion de ser más celosos en su denuncia para que no manchen la honorabilidad de los políticos.

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