Porque ya es hora
LA VASCA es una sociedad plural. Con una población de poco más de dos millones de personas, hasta ocho formaciones están representadas en su Parlamento en la actualidad. Hay nacionalistas -radicales y moderados-, socialistas, conservadores, provincialistas. Hay ciudadanos partidarios de la independencia y otros contrarios a ella, gentes satisfechas con el actual régimen de autogobierno y personas que desearían más -o menos- autonomía. Pero hay algo sobre lo que el acuerdo es casi unánime: el deseo de que cesen los atentados de ETA. Concretamente, según un estudio recientemente publicado por la Universidad del País Vasco, son partidarios de que ETA deje las armas el 91% de los votantes del Partido Nacionalista Vasco, el 88% de los de Eusko Alkartasuna, el 86% de los de Euskadiko Ezkerra, por citar sólo a las fuerzas nacionalistas. E incluso entre los votantes de Herri Batasuna (HB) un significativo 40% comparte esa opinión. Para reiterar de manera expresa ese rechazo a la violencia ha sido convocada la manifestación que se celebrará hoy en Bilbao tras una pancarta que proclama: "Ya es hora de vivir en paz".HB ha intentado contrarrestar esa iniciativa con dos de su cosecha: la convocatoria de una contramanifestación, siete días después, y la presentación pública de una carta dirigida al presidente del Gobierno sobre la conveniencia de "reanudar las negociaciones con ETA". Ambas se plantean con la etiqueta de que "la paz es posible" y el apremio de que no hay que "desaprovechar la ocasión". Efectivamente, es posible: basta con que sus amigos dejen de asesinar a la gente. Condicionar esa decisión al cumplimiento de cualquier exigencia es, desde luego, inmoral; pero es también violentar la voluntad casi unánime de los vascos, y es, por ello mismo, apostar no por la paz, sino por la perpetuación de la violencia.
Es peligroso equivocar a los terroristas con mensajes ambiguos. La negociación política que pretenden no es posible: ningún Gobierno podría embarcarse en ella sin asumir riesgos -para la convivencia, para el sistema democrático, incluso para su continuidad como Gobierno- mayores que los que eventualmente conjuraría aceptando sentarse a la mesa. Por tanto, es un falso dilema el que plantean quienes cavilan sobre si el objetivo de evitar la muerte de inocentes justifica la repugnancia de sentarse con asesinos. Si se tratase sólo de eso, por supuesto que habría que intentarlo. La cuestión es que la negociación política que proponen consiste en suspender los asesinatos a cambio de aceptar que la mayoría de la población y las instituciones representativas modifiquen sus puntos de vista para adoptar el suyo. Por ejemplo, que los navarros reconsideren su voluntad de mantenerse fuera de la comunidad autónoma vasca o que se modifique la Constitución para incluir aquello que ETA y HB dicen echar en falta en su articulado.
Si ETA consiguiera anotarse ésos u otros objetivos como contrapartida por dejar de matar, habría demostrado la utilidad de su empeño: la lucha armada permite obtener aquello que por la vía pacífica era imposible. Pensar que unos terroristas reforzados por semejante éxito iban a renunciar a transitar por el mismo camino tras objetivos más ambiciosos no sólo es ingenuo, sino irresponsable. Aparte otras razones, porque así lo reconocen los propios documentos internos de ETA, en los que se excluye cualquier posibilidad de abandono definitivo de las armas.
Por todo ello, para acabar con la violencia sigue siendo decisivo, además de la eficacia de la policía, que los amigos de los terroristas perciban sin lugar a dudas cuál es la opinión que su colaboracionismo con los extorsionistas y pistoleros merece a los ojos de sus vecinos y conciudadanos. Y hacérselo saber es uno de los objetivos de la movilización de hoy en Bilbao. Porque ya es hora de vivir en paz.
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