El oso imperial tiene los pies de barro
La crisis hace que los norteamericanos miren el futuro con creciente desconfianza
Parecía una cola frente a una tienda de alimentos en Moscú, pero eran desempleados en busca de trabajo en Chicago, la principal ciudad de Illinois. Ocurrió el miércoles pasado. La compañía Sheraton ofrecía 500 puestos para su próximo hotel. Más de 3.000 personas hicieron fila durante horas bajo la nieve. Un espectáculo insólito en un país que se caracterizaba por la amplitud de su oferta laboral. Había blancos y negros, hombres y mujeres. "Yo antes siempre encontraba empleo en un par de semanas", declaraba un hombre de 40 años.
En Illinois, antigua punta de lanza del desarrollo industrial de EE UU, el desempleo alcanza ya el 93% de la población activa, casi dos puntos por en cima de la media nacional. En la mayor economía del mundo, en la mayor potencia política y militar, uno de cada 10 habitantes come de los bonos de alimentación del Gobierno: casi 25 millones de personas.No importa que el Gobierno insista en que la crisis está a punto de acabar. Ni que suba la bolsa o los cálculos de los economistas apunten a una recuperación hacia junio. Ni siquiera es cierto que ésta sea la peor recesión de la historia. No importa: los norteamericanos desconfian, han perdido fe en sus instituciones y miran hacia el futuro con incertidumbre.
Los estadounidenses presencian hoy un panorama que los invita a ese pesimismo. Ven cómo desaparecen compañías tan legendarias como Pan Am, observan la caída de símbolos como General Motors, asisten a la penetración imparable de los viejos rivales japoneses y comprueban el crecimiento de la misma Europa que hace 40 años tuvo que ser reconstruida con dinero de EE UU. Ven que su sistema educativo está en crisis, que la sanidad es cada día más Cara y de peor calidad, que sus carreteras están llenas de baches, que los municipios no tienen dinero para reparar las aceras, que el crimen aumenta, que sus héroes nacionales, como Magic Johnson, enferman de SIDA. Un 63% de la población, según una encuesta de la Universidad de Berkeley, cree que su país está en declive.
Los norteamericanos saben que su dólar ha perdido poder en el mercado financiero, que sus productos de exportación son menos competitivos porque han perdido calidad. El reciente viaje de Bush a Tokio y la creciente afición aquí a los automóviles de marcas japonesas y hasta europeas son ejemplos de ello.
"Nuestras dificultades para competir con productos extranjeros, tanto dentro como fuera", afirmaba esta semana ante el Congreso James Tobin, premio Nobel de Economía, "son manifestaciones de un problema fundamental: nuestra productividad crece muy lentamente. La inversión en investigación y desarrollo, tanto del sector público como del privado, ha descendido. Nuestro sistema educativo no ha conseguido dar a nuestros jóvenes la formación que nuestra nación necesita. Nuestras autoridades han sido negligentes al hacer frente a esos problemas".
Algunos observadores creen que se trata de un fenómeno pasajero, propio de una sociedad muy cambiante y cuyo estado de ánimo está muy influido por los medios de comunicación, centrados hoy en destacar la crisis económica. Pero también hay quien advierte que, si no se hacen reformas económicas y políticas de fondo, la crisis se hará más profunda. "Si no se hace nada, si se apuesta simplemente por el crecimiento económico rápido sin tocar los temás de fondo, los problemas económicos se agravarán", advierteTobin. "Necesitamos adaptar nuestras instituciones a una moral contemporánea, de forma que puedan hacer frente a las nuevas demandas", dice el sociólogo Robert Bellah.
La única respuesta de los norteamericanos es mirar más hacia dentro. Cada día hay más llamadas al aislacionismo y al proteccionismo en un país que pierde interés por el mundo.
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