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San Mario

Rosa Montero

Ya es un hecho: es un santo. El milagro empezó a manifestarse hace unos meses, cuando aquel curso de Moscú. Allá fue Mario Conde y ya dijo cosas que me dejaron patitiesa: que si los beneficios no eran todo, que si había que buscar nuevos valores. ¡Y se refería, créanme, a valores morales y no de Bolsa!

Se insinuó, pues, el milagro en Moscú, tierra por lo demás de herejes, y ahora se ha confirmado en el Vaticano, que es lo suyo: Mario Conde se nos ha convertido. Exhorta ahora este hombre contra la competitividad feroz y el capitalismo salvaje: y lo dice él, que, a juzgar por su carrera hacia la cima, debe de tener el corazón berroqueño y la mano tan letal como una guillotina. Pero ahora, una vez conseguida toda la riqueza, nos predica que la riqueza no lo es todo. Cuanto más pecadores, más emocionantes son las conversiones.

Estos días Mario Conde ha acudido a un coloquio en el Vaticano a recoger su diploma de santo oficial. Le he visto en una foto con el Papa. Tan buenos negociantes los dos, cada cual en lo suyo. Les miro y me parecen dos astutos empresarios dispuestos a aprovecharse de la debilidad de sus competidores para arrebatarles un suculento trozo de mercado. El Papa, la fe hibernada que rebrota en el Este; Conde, la credulidad que están perdiendo los políticos. Juan Pablo II agradeció a Conde su apoyo "en la organización del coloquio". ¿Quiere decir esto que el banquero pagó? ¿Por qué tanto interés de Conde en ser san Mario? ¿Para purgar sus antiguos pecados? ¿O para ganar indulgencias para seguir pecando? En fin, ya se sabe que el capitalismo está viviendo momentos de exultación y narcisismo. Ahora no sólo quieren ser los más ricos y los más poderosos, sino que encima les agradezcamos su bondad. Hay ambiciones que carecen de límite.

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