Los intelectuales
La costumbre de negar las torpezas de la gestión gubernamental, atribuyendo las críticas a algún grupo de extraviados, fanáticos o insensatos, culpables de toda suerte de depravaciones, es tan antigua como el poder, y el papel de reo de las iras jupiterinas ha sido desempeñado por los más diversos grupos marginales, según el cambiante humor de la historia. El ministro de] Interior, por ejemplo, manifiesta una tenaz inclinación a hacérselo representar a los que llama, con lo que seguramente considera ironía, "intelectuales".Pero no acaba de estar claro a quiénes se refiere el ministro cuando emplea ese término. Si lo utiliza en el sentido normal, es decir, para designar a aquellos que ejercen el pensamiento públicamente y como profesión, resulta por lo menos sorprendente el tono de burlón desprecio, cargado de connotaciones negativas, con que lo menciona. Es cierto que en todos los grupos y profesiones se incluyen seres de muy diferente categoría moral, pero el papel tan destacado que han jugado aigunos intelectuales en lalucha por la libertad, la tolerancia y la justicia, debería, cuanto menos, excluir las generalizaciones.
Aun sin sacar a colación nombres emblemáticos, como los de Spinoza, Voltaire o Zola, la historia está llena de ejemplos de intelectuales cuya lucidez ha sabido dar palabras a las aspiraciones de muchos conciudadanos, cuyo valor y energía han servido de estímulo para la construcción de una sociedad más libre y menos injusta, y cuyo coraje civil resulta tanto más estimable por su razonada firmeza, tan opuesta a la bravuconería prepotente.
Estos hombres y mujeres, que en ocasiones tuvieron que pagar un alto precio por su generosa actuación, merecen el respeto de todos los que nos proclamamos demócratas, empezando por los ministros de un Gobierno salido de las urnas. De modo que, cuando el señor Corcuera descarga sus iras contra los "intelectuales", sin duda debe referirse a otra cosa.
Y en este caso, cabe abrigar la sospecha de que tan peculiar insulto vaya destinado a todos aquellos que, cualquiera que sea su trabajo y su grado de instrucción, ejercitan libremente aquellas funciones que, según la opinión más aceptada, diferencian al hombre del resto de las especies animales, es decir, el pensamiento crítico y la palabra creadora. Es cierto que tan apreciables capacidades no siempre se han empleado con resultados positivos, pero no hay que olvidar que son los únicos instrumentos con que contamos para construir nuestro futuro, y siempre que se ha oido el grito contrario, ese "¡muera la inteligencia!" que tantas veces ha envenenado el aire, las consecuencias han sido tan sangrientas y tan brutales, que provocar sus ecos constituye una gravísima irresponsabilidad y una amenaza contra la dignidad y riqueza de la vida.
Igualdad con el poder
Y si hay hombres que tengan el deber de reivindicar su derecho a comportarse como criaturas pensantes, dotadas de voz propia, son precisamente los ciudadanos de una sociedad democrática, en la que el hecho de delegar, mediante el voto, el ejercicio de los poderes no supone en ningún caso la clausura de la participación en la vida pública. Por el contrario, la democracia garantiza a cualquier individuo o grupo la posibilidad de hacerse oir y de enfrentar, en un plano de igualdad teórica, su opinión con la del poder. Por eso no teme al pensamiento libre, que lejos de ser para ella una amenaza desestabilizadora, la llena de significado y de contenido real.
De modo que el respeto a la opinión contraria, por minoritaria que sea, no es una concesión graciosa de un gobierno determinado, sino uno de los fundamentos de nuestro Estado. Así que, cuando vitupera el pensamiento crítico y descalifica cualquier voz que apunte una discrepancia, el señor Corcuera destruye la base de su propia autoridad, atacando la legitimidad de un sistema de libertades que, como ministro, ha jurado defender.
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