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A propósito de 'El legado comunista'

Los ensayos publicados bajo el título El legado comunista en EL PAÍS (21 de noviembre) constituyen un riguroso esfuerzo por determinar tanto lo que se ha logrado como lo que ha salido mal a lo largo de 74 años de historia soviética. Además de aportar un análisis histórico, reflejan las preocupaciones éticas; y la angustia de ese amplio grupo de intelectuales occidentales, comunistas y no comunistas, que en otro tiempo creía que la Unión Soviética representaba la primera etapa en la construcción de un mundo más justo para el conjunto de la humanidad. Pero a la gente le resulta tremendamente difícil hacer frente a la bancarrota total de un sistema por el que muchos de ellos pasaron años en prisiones fascistas, y / o entregaron religiosamente un porcentaje de sus reducidos sueldos a los partidos comunistas. Por eso buscan explicaciones que no den la impresión de achacar toda la culpa al propio sistema comunista. En este artículo me gustaría comentar algunas frases que, en mi opinión, reflejan esa. búsqueda.Por ejemplo, Maurice Duverger afirma que nadie puede poner en duda el éxito de los planes quinquenales anteriores a 1941, o de la reconstrucción posterior a la guerra, 1945-1953, ni tampoco de la semiliberación que tuvo lugar bajo la Nueva, Política Económica (NPE) y bajo Jruschov (1954-1963). Estoy de acuerdo en lo que respecta a la NPE, que en siete años logró que Rusia volviera a los niveles de producción de 1914, después de la devastación que trajeron consigo la guerra mundial, la revolución y la guerra civil, más la intervención extranjera (1914-1920). En cuanto a los planes quinquenales, su éxito prueba que un régimen centralizado puede construir carreteras y fábricas, extraer carbón y producir acero, enviar habitantes de las ciudades a cosechar el grano que los campesinos se niegan a cosechar y producir estadísticas infladas que los historiadores siguen creyendo en parte 50 años después.

La reconstrucción de 1945-1953 muestra que un régimen así podía atraer a una población orgullosa y patriota, que había logrado derrotar a la misma irresistible fuerza nazi que había conquistado Europa occidental en seis semanas. Pero el éxito, en esa época y también bajo Jruschov, se limitó a versiones toscas de infraestructura y bienes de equipo modernos y al desarrollo de armas nucleares. No incluía ninguno de los productos de calidad que sólo pueden ser producidos por gente cuya iniciativa es tenida en cuenta y cuyo trabajo es compensado de forma tangible. Jruschov es cariñosa y merecidamente recordado por haber puesto fin a los peores métodos políticos de Stalin. Pero también fue apartado del poder por su fracaso a la hora de resolver los problemas ya reconocidos de la agricultura colectivizada soviética.

Por poner un segundo ejemplo, el economista trotskista Ernest Mandel desea, como es lógico, evitar que se atribuya a los bolcheviques toda la responsabilidad por el desastre histórico. Así, la creación de la Cheka, la cosecha forzada del grano durante la guerra civil y la supresión de todos los partidos políticos, excepto el PC (medidas que se tomaron cuando Lenin y Trotski eran los principales líderes) se convierten en errores en lugar de crímenes. Pero las personas ajenas a los círculos de polémica de facciones marxistas podrían preguntar si fue un error el que, por ejemplo, la joven escritora Nina Berberova se sintiera obligada a huir de Petrogrado en el verano de 1921 porque habían asesinado a 72 intelectuales disidentes y estaban obligando a cientos de personas más a elegir entre el exilio y la prisión (esto sucedió al principio de una de esas liberalizaciones a las que se refería Duverger).

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El profesor Mandel también repite la tesis que muchos marxistas (no sólo trotskistas) defienden desde hace tiempo de que si la revolución comunista hubiera triunfado en Alemania en 1919, la cooperación de una Alemania avanzada tecnológicamente con una Rusia rica por naturaleza pero atrasada hubiera proporcionado bases objetivas para el triunfo democrático y humano de una revolución soviética ruso-germana. Esta esperanza ignora el hecho de que cuando Trotski estaba en el poder utilizaba la pena de muerte con la misma libertad con que la utilizó Lenin. Tampoco tiene en cuenta una de las diferencias más fundamentales entre el fascismo y el comunismo, una diferencia que a la izquierda le resulta dificil reconocer dada su repugnancia por el fascismo, al que considera el peor régimen jamás padecido al oeste de las áreas gobernadas por los regímenes títeres de Stalin.

Esta diferencia es que los fascistas nunca intentaron eliminar físicamente a los agricultores independientes ni a la clase media urbana. Los engañaron y explotaron; ésa era su forma de tratar a todos los civiles. Pero la teoría comunista (o bolchevique), con la notable y trágica excepción de Bujarin, infravaloraba por completo los servicios económicos que prestaba lo que la propaganda del partido denominaba "la pequeña burguesía". Los regímenes comunistas en la Unión Soviética y Europa del Este creían que la construcción de la nueva sociedad exigía la destrucción de la clase media existente.

Esta opinión errónea (por no mencionar su inmensa crueldad) es una de las principales razones por las que a los regímenes fascistas en Italia, Alemania, España, Chile, etcétera, les fue posible llevar a cabo una transición relativamente pacífica y rápida del fascismo al capitalismo democrático, mientras que ese tipo de transición será infinitamente más difícil en Rusia y Europa del Este porque los regímenes comunistas eliminaron con éxito a todo el que sabía algo acerca de cómo funciona una economía de mercado. Los comunistas alemanes eran, en este sentido, igual de ignorantes y estaban igual de motivados por el odio que los rusos, así que no hay razón para suponer que una dictadura comunista germano-rusa hubiera tenido como resultado nada que mereciera el nombre de socialismo.

Y esto me trae al uso de la palabra socialismo. Stalin la utilizó para describir la fase del desarrollo en la que la revolución todavía no podía ofrecer toda la igualdad, la libertad y la prosperidad que, presumiblemente, caracterizaría la fase del comunismo maduro. En otras palabras, la desigualdad, la crueldad, la escasez de alimentos y de bienes de consumo se convirtió en socialismo en la Rusia de Stalin, y después, en la Europa del Este posterior a 1945, adquirió el adjetivo real, convirtiéndose en socialismo real.

¿No va siendo hora de que los socialistas demócratas, en la línea de Friedrich Engels en sus últimos años, de Eduard Bernstein y de los partidos socialistas y socialdemócratas de Escandinavia, Europa continental y el mundo angloparlante recuperen el término raptado socialismo? Los regímenes que colapsaron en 1989-1990 eran economías centralizadas dirigidas por burocracias corruptas y crueles, y constituían, de hecho, comunismo real. El socialismo, tal y como fue definido en el siglo XIX, no ha llegado a establecerse en ningún país industrial, pero lo que sí puede denominarse correcta mente socialismo real son los muchos regímenes democráticos que han trabajado para lograr una redistribución de la riqueza y así garantizar a toda la población una seguridad social, una educación y unos cuidados sanitarios básicos, y también para controlar la explotación capitalista de los recursos tanto naturales como humanos.

Para concluir este comentario, me gustaría definir lo que yo creo que es el legado comunista. Los soviéticos lograron una industrialización tosca y elemental de una sociedad agrícola atrasada, y lo consiguieron sin necesidad de capital extranjero. En la década inicial, antes de que Stalin se convirtiera en un dictador, realizaron un esfuerzo loable por combatir el tradicional antisemitismo eslávico y permitieron algunos experimentos extraordinarios en las artes. A pesar de la hostilidad del mundo capitalista y de la invasión hitleriana, establecieron formas mínimas de seguridad social y semiempleo, características que se han ido deteriorando rápidamente desde 1989 y que todavía no han empezado a ser sustituidas por un equivalente aceptable. A pesar de muchas formas de rusificación y de estricta conformidad ideológica, lo cierto es que ofrecieron oportunidades educativas y movilidad social a todos sus pueblos. También predicaron y practicaron un odio de clases que, desde el principio hasta el final, envenenó el fuerzo por crear un mundo mejor para la sufrida raza humana.

Gabriel Jackson es historiador.

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