El final de una vergüenza
La resolución 3.379 de la Asamblea General de las Naciones Unidas era una vergüenza ya cuando se aprobó. Su principal contenido era el de equiparar sionismo y racismo. Su derogación final no es motivo de alegría sólo para Israel, sino también para la propia organización: sólo puede beneficiar la confianza en su seriedad. Hace 14 años, la confrontación de la guerra fría había unido a dictaduras totalitarias, regímenes feudales y sistemas de dominación socialistas para estigmatizar a Israel con la resolución.( ... ) El hecho de que a comienzos de la semana pasada 111 países resolvieran eliminar este oprobio de la historia de la ONU es comprensible; el que se opusieran otros 25 Estados, entre ellos la mayoría de los árabes, es una prueba de su inmadurez y de su inexperiencia para tomar medidas capaces de infundir confianza. Pues, en última instancia, la anulación de la resolución sobre el sionismo podría redundar en su propio beneficio. Después del primer momento de alegría ( ... ), el Gobierno de Jerusalén reparará en tres cosas: la primera, que cada vez resultará más difícil presentarse como la sempiterna víctima acorralada; la segunda, que difícilmente podrán acusar a EE UU dé una creciente enemistad hacia Israel, pues el propio presidente Bush ha contribuido poderosamente a revocar la resolución 3.379; y la tercera, que no podrán seguir rechazando a la ONU como mediadora de la paz ( ... ).
, 22 de diciembre
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