El modelo navarro
ENTRE LAS diferentes, y todas ellas malas, soluciones posibles, la derecha navarra ha elegido aquella que implicase menos riesgo de tener que abandonar el Gobierno regional. Su presidente, Juan Cruz Alli, había sido cuestionado por sectores de su propio partido, la Unión del Pueblo Navarro (UPN), a raíz de unas declaraciones favorables a la hipótesis de una negociación con ETA. No eran una improvisación: fueron precedidas por unas manifestaciones, en septiembre' en las que afirmaba haber apreciado "aspectos negociables" en la alternativa KAS -la plataforma de ETA-, y siguieron a otras sobre la posibilidad de negociar con los amigos de los amigos de ETA el trazado de la autovía de Leizarán. No obstante, y tras sopesar pros y contras, la dirección de UPN ha decidido hacer como que había entendido mal.Sabían esos dirigentes que cualquier movimiento contra Alli podría ser aprovechado por otros para desplazar a la derecha del Gobierno regional. Con 20 escaños sobre un total de 50, la posición de UPN es bastante vulnerable frente a eventuales alianzas de socialistas y nacionalistas vascos. De hecho, la investidura de Alli fue posible por la negativa de HB (seis escaños) a permitir con su abstención que prosperara la candidatura del PSOE (19 escaños), apoyada por los tres votos de Eusko Alkartasuna.
Los socialistas habían venido gobernando esa comunidad merced, sobre todo, a la división de la derecha local en tres y hasta cuatro opciones rivales. La principal de ellas, UPN, había nacido en los primeros tiempos de la transición como reacción frente a las pretensiones irredentistas del nacionalismo vasco. Ese navarrismo resistente fue su principal seña diferenciadora respecto a otras fuerzas conservadoras, y también su principal mensaje electoral. Por otra parte, ciertas características peculiares de la reciente historia de la región, incluyendo la existencia de una fuerte tradición carlista, han determinado que sea el radicalismo representado por HB, y no el moderantismo del PNV, el que ostente la representación mayoritaria del irredentismo vasco en tierra navarra.
Se comprende entonces el desconcierto suscitado por las declaraciones de Alli entre los dirigentes (y seguramente los votantes) de UPN. Más aún si se tiene en cuenta que esa formación había absorbido, en vísperas de las elecciones de mayo, al PP local mediante un acuerdo que fue considerado por Aznar un modelo a imitar en otras comunidades con fuerte presencia de fuerzas regionalistas. El hecho de que la primera aplicación del modelo tuviera lugar en Cantabria, con Hormaechea como socio, ahorra comentarios más detallados sobre los riesgos de tal estrategia.
En cuanto a las declaraciones en sí, no sólo son contradictorias con el programa apoyado por los votantes de Alli, sino irresponsables. Su lectura por parte de los terroristas no diferirá mucho de la que dejaba traslucir la reciente entrevista con el encapuchado de guardia: que si hasta la derecha antinacionalista está dispuesta a negociar con ellos, bastará forzar un poco la mano con nuevos atentados para obtener por las armas aquello que las urnas vienen reiteradamente negando.
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