La CE se juega mañana su identidad y su futuro
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ ENVIADA ESPECIAL, La cumbre más importante de la historia de la CE se inaugura mañana en Maastricht, una ciudad holandesa de 120.000 habitantes. Los jefes de Estado y de Gobierno de los Doce tienen que decidir si transforman esa Comunidad en una auténtica Unión Europea, es decir, en un proyecto de federación capaz de reglamentar la vida de 340 millones de ciudadanos y de actuar unitariamente no sólo en materia económica, sino también de política interior, exterior y de defensa. Como en 1950, cuando se dieron los primeros y tímidos pasos para la construcción de la CE, dos países llevarán el peso de la negociación: Francia y Alemania. Otro, el Reino Unido, intentará frenar el proceso.
El canciller alemán, Helmut Kohl, y el presidente francés, François Mitterrand, se han comprometido tanto en defensa del nuevo tratado de la unión y han anunciado tal cúmulo de desastres si no sale adelante que resultará casi imposible que la cumbre acabe en un fracaso estrepitoso. El riesgo estriba, más bien, en que la "necesidad de éxito" se traduzca en un tratado descafeinado y que el anunciado gran salto se convierta en una simple zancada. Kohl y Mitterrand aseguran que eso no sucederá, pero otras personalidades europeas, como Jacques Delors, advierten del peligro.El problema es que el tiempo apremia. No se trata ya sólo de avanzar en la unidad económica para asegurar la prosperidad de los Doce frente a la competencia de Japón o Estados Unidos, como se defendía hasta hace pocos años. La caída de los regímenes comunistas del Este y el desmembramiento de la Unión Soviética han cambiado completamente el escenario.
Si la Comunidad se creó para conseguir que los países occidentales destruidos por la guerra alcanzaran la paz y el desarrollo, ahora se trata de evitar que la inestabilidad de la Europa del Este y de la antigua URSS y las eventuales avalanchas de refugiados alcancen sus fronteras y se conviertan en una amenaza para su renacida prosperidad.
Frente a este posible escenario se levantan dos teorías. Alemania y Francia, por razones distintas, defienden que sólo será posible hacer frente al reto y servir de garantía de estabilidad para todo el continente si los Doce comienzan por profundizar su Comunidad. La nueva Unión Europea, con sus capítulos de moneda única, política exterior, defensa e inmigración, podría así pensar en irse ampliando y sostener mientras tanto a los más inestables.
El Reino Unido, por el contrario, estima que es suficiente con crear un enorme mercado único en el que esos países tengan inmediata acogida.
El debate que tendrá lugar en Maastricht tratará sobre cosas concretas, pero siempre con ese telón de fondo. En principio, los jefes de Estado o de Gobierno de los Doce tienen sólo dos días para llegar a un acuerdo: lunes y martes. Nadie cree, sin embargo, que la mesa pueda levantarse hasta bien entrada la madrugada del miércoles, dado que, contra la costumbre, los ministros de Asuntos Exteriores y de Economía han dejado abiertos demasiados puntos en conflicto. Incluso no se descarta la posibilidad de parar el reloj y volver a reunirse el 21 o 22 de diciembre, aunque eso permitiría al Parlamento británico aumentar la presión antifederalista sobre su primer ministro, John Major.
La hora de Kohl
El auténtico protagonista de la cumbre no será, sin embargo, el sucesor de Margaret Thatcher, sino Helmut Kohl. Todo el tratado gira en tomo a la unión económica y monetaria, que permitirá que la Comunidad pase de ser el primer poder comercial del mundo a tener también la primera plaza en las finanzas. Incluso la City londinense está de acuerdo con ese proceso y admite que nada sería posible si Alemania no estuviera dispuesta a tirar del carro.
Kohl acude, pues, a Maastricht con más fuerza y con más capacidad de negociación que nadie: es el único que puede lanzar realmente la amenaza de frenar la unión económica si no prospera al mismo tiempo una unión política. Si Major consigue que el canciller acepte sus rebajas, tendrá recorrido prácticamente todo su camino. Helmut Kohl ha. demostrado ya que no quiere dejar al Reino Unido al margen, pero la duda es hasta dónde estará dispuesto a ceder.
Para evitar que ese margen sea demasiado amplio, el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, que participa en la cumbre sin derecho a voto, cuenta con la terquedad de François Mitterrand.
El presidente francés no se levanta de la mesa como llegó a hacer su predecesor Valéry Giscard d'Estaing ante la inflexibilidad de Margaret Thatcher. Tampoco John Major presume como ella de ser de acero: el nuevo líder británico argumenta, parece que duda, niega, vuelve a la carga, pero lucha por no quedar fuera de la discusión. Y Mitterrand no abandona su silla como no sea para dar un paseo, recuperar fuerzas y lanzar de nuevo un discurso que nunca es técnico, pero sí ferozmente político. Sus colegas temen sus frases lapidarias. "Si no somos capaces de tener una política exterior común, sólo espero que la próxima vez que nos reunamos no estemos apoyando a bandos contrarios en un mismo conflicto", espetó en una de las últimas cumbres.
Ésa es, precisamente, la mejor espuela para galvanizar al canciller Kohl. Alemania aborrece la idea de tener que tomar partido sola. Su peor escenario sería uno en el que Bonn apoyara a Croacia, y París, a Serbia; o uno en el que las antiguas repúblicas soviéticas buscaran alianzas militares a distintos lados del Rin.
"No es sensato esperar que todo quede resuelto en Maastricht", explicó Kohl ante su Parlamento. Todo el mundo le da la razón. La cumbre más esperada en la historia de la CE. no supondrá el fin de los problemas para Europa, sino, en el mejor de los casos, una nueva manera de afrontarlos.
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