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ANTE LA CUMBRE DE MAASTRICHT

El continente sigue aislado

Los británicos recelan de la fe europeísta del resto de la Comunidad

Enric González

El continente está otra vez aislado. En esta ocasión no es la niebla, sino la unión europea la que obstruye el canal de la Mancha. Pero la actitud de los británicos sigue siendo la misma: una equilibrada combinación de orgullo y pragmatismo que les ha dado buen resultado en los últimos siglos. El ciudadano británico no es antieuropeo. Al contrario, tiende a creer -y no se equivoca del todo- que la vida es mejor en el continente, desde los salarios hasta el clima, pasando por los ferrocarriles.

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Lo que el británico no entiende es a qué viene esta repentina pasión continental por la unión europea, ni encuentra razones convincentes para sustituir sus viejas y conocidas instituciones por una nueva superestructura continental. El Reino Unido camina desde hace tiempo, desde el referéndum de hace 16 años, hacía la integración europea. No hay diferencia con los demás países comunitarios en cuanto al objetivo global. Las discrepancias están en cómo se logra ese objetivo, si con una federación de tipo napoleónico o, como ellos prefieren, con una estrecha cooperación intergubernamental.Los puntos de partida también son muy distintos. Los demás países comunitarios se han invadido y maltratado mutuamente a lo largo de la historia, y han establecido así, para bien y para mal, estrechos vínculos. Son países que han sufrido graves fracturas institucionales durante este siglo y que, perdidos y olvidados sus antiguos imperios, sólo se tienen a sí mismos.

No es ése el caso del Reino Unido, que no ha sufrido invasiones desde hace 10 siglos, que conserva las mismas normas constitucionales, no escritas, desde Oliver Cromwell, y que mantiene más relaciones económicas con EE UU que con Europa (el 64% de la inversión británica se dirige fuera de la CE). Adicionalmente, la Commonwealth, construida con los restos del reciente imperio, aun significa algo para los británicos.

Éstas son algunas de las causas profundas de la desconfianza de los británicos ante Maastricht, reflejada claramente en las encuestas. Es indudable que sí hoy se celebrara un referéndum en el Reino Unido, el no a la unión europea -en los términos planteados ante la cumbre obtendría un triunfo resonante. De ahí que el primer ministro, John Major, rechace obstinadamente la convocatoria de una consulta popular, y que su antecesora en el cargo Margaret Thatcher la reclame una y otra vez.

John Major sabe que la unión europea no es popular entre los votantes, especialmente los de su partido. Y sabe que el acuerdo de Maastricht, si lo hay, no le conviene a los conservadores. Éstos temen que los éxitos antisindicales de la década thatcherista sean echados por tierra y sustituidos por una Carta Social elaborada en Bruselas. La política exterior tejida por sucesivos inquilinos de Downing Street, con una intensa vocación ultramarina centrada en Estados Unidos, en las antiguas colonias y, últimamente, extendida hacia Japón, se verá supeditada a ajenos intereses centroeuropeos.

Entre dos fuegos

Pero Major y los conservadores se encuentran entre dos fuegos: el Reino Unido no puede quedarse al margen de Europa, y menos cuando Washington, el tutor tradicional de Londres, se muestra crecientemente atraído por Alemania. La solución perfecta desde el punto de vista británico sería congelar, o poco menos, la actual situación comunitaria. Vista desde el continente, sin embargo, la CE no se percibe como una estructura, sino como un proceso. Es la teoría de la bicicleta: o pedalear o caerse. Y si los otros 11 van adelante, el Reino Unido o sigue con ellos o se queda en la cuneta.

La contradicción europea que sufren Major y los conservadores podría costarles las próximas elecciones primaverales y llevar al poder a los laboristas.

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