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Liberado el periodista Terry Anderson tras siete años de cautiverio en manos de extremistas proiraníes

Terry Anderson, el periodista norteamericano secuestrado hace casi siete años en Beirut, reapareció anoche resplandeciente en Damasco y sus primeros pasos en libertad cerraron una llaga abierta en la conciencia de Estados Unidos. Salvo evidentes estragos en su dentadura y una incipiente calvicie, Anderson, de 44 años, era básicamente el mismo hombre bromista y emprendedor que pistoleros proiraníes capturaron en una calle de la capital libanesa en marzo de 1985. El presidente de EE UU, George Bush, saludó ayer con júbilo la noticia de la liberacion del último rehén norteamericano en Líbano.

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El presidente norteamericano hizo un llamamiento en favor de la "inmediata e incondicional liberación de todos aquellos detenidos en la región". Bush hizo referencia directa a los dos alemanes que continúan detenidos, pero pareció que implícitamente también abogaba por la liberación de presos árabes en cárceles controladas por Israel.Durante su breve encuentro entre Anderson y sus compañeros de la Prensa internacional en el Ministerio de Asuntos Exteriores sirio, Anderson no hizo sino confirmar que 2.454 días de cautiverio en sótanos de Beirut han afectado poco la fortaleza de carácter del corresponsal jefe de la agencia Associated Press para Oriente Medio. Cuando se le preguntó si tenía algo que decirles a sus captores, Anderson meditó un instante. Luego sonrió con alivio y dijo: "Yes, Goodbye..." ("Sí, adiós").

Hasta ayer por la mañana, Anderson era el último rehén norteamericano en Líbano. Su liberación fue inesperada, señaló. "Me pasé horas jugando al solitario a la luz de una vela. Luego vinieron a buscarme y me entregaron a los sirios".

Fin de la crisis

Anderson escuchó el discurso de un funcionario sirio que se encargó de resaltar el papel de Damasco en el fin de la crisis de los rehenes. Tras darle las gracias en árabe, Anderson respiró profundamente, sonrió ampliamente y declaró: "Bueno, creo que es mi turno". Mirando de frente a la batería de cámaras de televisión, sonriendo a rostros conocidos, confesó lo que como reportero de guerra nunca se le había oído: "Estoy muerto de miedo... No sé qué decir...".Anderson dedicó gran parte de su mensaje a agradecer a sus colegas que desde el día de su desaparición emprendieron una campaña internacional para lograr su libertad. También reveló que a lo largo de su cautiverio tuvo por única compañía una radio de onda corta con la que se convirtió en asiduo oyente de la BBC de Londres. Gracias a ella, dijo, pudo enterarse de lo que pasó en el mundo en estos seis años y medio en blanco.

Tolerante con las preguntas de una periodista novata que le preguntó si podía narrar su experiencia, Anderson dijo: "Uf, habría que escribir un libro, pero, oye, me has dado una idea...".

Lo primero que quería hacer, sin embargo era conocer a su hija Sulome Teresa, nacida poco después del secuestro. "Disculpen, amigos, pero tengo que ir a ver a mis dos damas...", dijo poco antes de desaparecer en la limusina del embajador norteamericano en Damasco.

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