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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La triste historia de los usuarios del metro

Contaré una simpática anécdota. Empezaré por el principio, a la usanza clásica, cuando me hallaba en el andén de la estación de Atocha a las nueve de la mañana, esperando el metro. Como es costumbre, llegó éste atestado de viajeros que rebosaban por las puertas una vez se abrían. Pero no es el trasunto de mi historia narrar cómo conseguí dificultosamente entrar en un vagón comprimiendo a los viajeros y jugándome la barba al cerrarse las compuertas frente a mí. Tampoco la tórrida claustrofobia, la mescolanza de malos olores y gruñidos que todos hubimos de sufrir. Pero déjeme que siga.Bien, allí dentro confinado entretuve, una vez más, mi mente meditanto sobre la interesante labor de los llamados empujadores, cuya misión, como es sabido, consiste en asegurar, gracias a sus músculos, que todos los viajeros caben dentro del vagón de metro de Tokio, aunque a primera vista parezca imposible. Pensé que no estaría de más la contratación de unos fornidos funcionarios que presionaran amablemente sobre el hígado de sufridos caballeros para dejar un rínconcito a la dama que llega rezagada y corriendo. Piénsese en la cantidad de espacio aprovechable de la mullida panza de un obeso para situar a uno o dos viajeros contra ella, o en esos huecos entre los asientos donde bien cabe un señor bajito y enteco.

Salí al andén de Bilbao escupido por la multitud. Me dirigía a la salida. Bajé unas escaleras, buscando una, indicación, y llegué a un pasillo donde puse en práctica la táctica del avestruz. Como mido 1,85 centímetros, calculo que el techo andaría a una altura de 1,80 centímetros, o sea, más que suficiente para tomar precauciones. Un hombre joven que caminaba juntolamí se sonrió al verme avanzar como si fuera el patíbulo y aproveché para preguntarle si sabía dónde estaba la salida. Él repuso que también la buscaba y que confiaba en que andásemos por el buen camino.

Pero de buen camino tenía aquello muy poco. Doblado un recodo nos esperaba otro peligroso tramo lleno de charcos de agua sucia. En algunos lugares estaba empantanado. Nos remangamos los pantalones. Mi compañero andaba locuaz e irónico

-Ya sabes que están arre

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glando Madrid para la llegada de los extranjeros. Se llevarán una buena sorpresa.

Por desgracia, aquel corredor maloliente desembocaba en otro, y así sucesivamente, como en las catacumbas. Temí tener que volver atrás.

Tras mucho subir y bajar escalones, confluimos en un nuevo andén -voilà!- y divisamos la indicación de. salida. Le aseguro ,que me reí mucho con él. Lástima haberlo conocido en tan penosas circunstancias.-

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