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La caída de la Casa Walesa

Analiza el articulista las elecciones en Polonia, en las que el 57% del electorado no votó. Pero sería erróneo ver en esta abstención la prueba de que los polacos no están maduros para la democracia. Por el contrario, es una clara señal de rechazo a la política de estos dos últimos años, en la que el coste social ha sido excesivo.

Tanto en el Este como en el Oeste, en política no hay milagros: un Gobierno que corta brutalmente el poder adquisitivo de la población no puede esperar votos el día de las elecciones. Las manifestaciones de rechazo popular pueden tomar diferentes formas y en Polonia, el 27 de octubre, las primeras elecciones libres desde 1922, se saldaron con una tasa de abstención impresionante.Otras señales del rechazo a la política de estos años son más confusas, en razón, de la dispersión de los votos. En Varsovia, ningún partido, grande o pequeño, puede estar verdaderamente orgulloso de sus resultados. Solidaridad, dividida ya en cinco corrientes rivales, no totalizó nada más que apenas un 45% de los sufragios. Incluso una improbable reconciliación de todos estos hermanos-enemigos no les hubiera permitido formar una mayoría parlamentaria.

A su derecha, el partido nacionalista-católico abrió una inquietante brecha (cerca del 30% de los sufragios) gracias a un apoyo masivo de la Iglesia católica, a la que en Polonia no le faltan medios. Pero ni el cardenal Glemp ni los nuevos elegidos comprometidos en la cruzada contra el aborto tienen por qué echar las campanas al vuelo. Las palabras de los obispos "los católicos deben votar a los católicos" parece como si hubieran actuado de boomerang: a la luz del voto se podría decir que, con relación a los inscritos, no hay nada más que un 12% o un 13% de buenos católicos en la muy fiel Polonia.

Por otro lado, la alianza de la izquierda democrática, organizada por el antiguo PC y rebautizada como Social-democracia de la República, y su aliado desde hace poco, el Partido Popular campesino, llegan al 20%, muy superior a los pronósticos de los sondeos. Es una sorpresa, que Lech Walesa, a falta de mejores argumentos, haya basado su campana en "el peligro de una vuelta de los comunistas". Así, no es de extrañar que los polacos, fustigados por el látigo de la crisis, hayan preferido la abstención, antes que el voto a una oposición muy crítica hacia el Gobierno, pero incapaz de ofrecer un programa alternativo que tenga credibilidad. Para el joven líder de los ex comunistas Alexander Kwasnievski, de 37 años, no existe nada más que Felipe González, tal vez para que nadie dude de que también él es partidario de la economía de mercado.

La diferencia, pues, no se manifiesta nada más que en los ritmos y formas de introducir el capitalismo en Polonia. Sobre este punto, el antiguo primer ministro Tadeusz Mazowiecki reconocía que la "terapia de choque adoptada en 1989, bajo el impulso del Fondo Monetario Internacional, ha sido demasiado brutal y que en el futuro habrá que humanizar la política de transición". Esto es mejor que nada, pero no es lo que se esperaba en la opción inicial.

Callejón sin salida

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Da la impresión de que la clase política polaca se encuentra en un callejón sin salida: o bien la vuelta al antiguo régimen (que nadie desea), o bien un dejarse ir salvaje que no aprovecha nada más que a una minoría de empresarios especializados, sobre todo, en el comercio y los servicios. "No tenemos los medios para permitirnos el lujo, de una experiencia social original a la búsqueda de una tercera vía", se dice en Varsovia, como si la terapia de choque no fuera una experiencia inédita, que se propone hacer surgir en el espacio. de algunos meses una clase de empresarios que en Occidente se formaron durante décadas,. por no decir siglos. A la mayor parte del pueblo no se le promete ninguna mejora hasta que pasen, al menos, varios lustros. ¿Se puede continuar en esta situación sin correr el riesgo de una explosión social?

Curiosamente, en el momento en que en Varsovia suena la hora del despertar, en Moscú, Borís Yeltsin opta a su vez por una "terapia de choque" a la polaca, anunciando a su sufrido país una baja suplementaria del nivel de vida. También parece convencido de que la democracia no puede funcionar nada más que bajo el dominio de una clase media empresarial. Es un presupuesto doctrinal que no se basa en ningún análisis serio de la sociedad. Pero la lección de Polonia no le ha servido para nada a los temerarios reformadores rusos.

Durante las elecciones presidenciales del último invierno, Walesa, para desacreditar a su antiguo amigo, y más tarde enemigo, Tadeusz Mazowiecki, le acusó de traicionar las aspiraciones sociales de Solidaridad y prometió ser "un presidente, que con un hacha en la mano se precipitaría a socorrer a todos aquellos que sufrieran alguna injusticia". Después de esto, colocó al liberal Jan Krzysztof Bielicki a la cabeza del Gobierno y continuó la antigua política, incluso agravándola más. Los escándalos financieros se multiplicaron y la falta de sensibilidad social se volvió todavía más flagrante. Como último ejemplo, se ha recortado el retiro a los mineros (para suprimir un privilegio que les había concedido el antiguo régimen) en el momento en que el que se dan primas y facilidades a los nuevos ricos que no aportan al país los ingresos de la exportación del carbón. Pero Walesa, con su hacha, no se ha movido del palacio presidencial.

Para un amigo de Varsovia, las pasadas elecciones marcan el principio de la "caída de la Casa Walesa". Parafrasea el título de la célebre novela de Edgar Alan Poe, porque, a su juicio, el presidente polaco no se repondrá de la derrota de Solidaridad, a la que él dividió deliberadamente, creyendo que continuaría siendo el árbitro en las luchas internas entre sus antiguos compafieros. Calculó, y ahora una parte de Solidaridad puede caer en la tentación de unirse a la derecha nacionalista católica, provocando, al mismo tiempo, la unión del conjunto de la izquierda laica. La batalla política en Polonia se aclararía, y en las próximas elecciones, que se adelantarían puesto que el actual Parlamento sería ingobernable, habría seguramente menos abstenciones que el 27 de octubre. Es la única esperanza con vistas al futuro tras estas preocupantes elecciones, que revelan la gravedad de la crisis polaca.

K. S. Karol es periodista francés especializado en temas del Este europeo. Traducción: María Teresa Vallejo.

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