Retorno
Cuando los progresistas ahora tan escarnecidos vuelvan dentro de una década a ser guapos y los rojos que hoy están en el pudridero recuperen la estética, los grandes comercios pondrán de moda otra vez sus bufandas y las ideas revolucionarias; en todos los escaparates renacerá la mitología de la pana, junto a unas fotograflias amarillas con imágenes de mítines de obreros con camisa a cuadros. La ira negra sobre las paredes de cal devolverá la memoria a los viejos. Están jugando todavía en las guarderías los nifios que mañana presumirán de ser rojos hasta matarse por firmar manifiestos contra la explotación, y entonces será también maravilloso fornicar pensando en la huelga de los ferroviarios. Mientras tanto, permanece la ola de derechas con el pelo pegado, aunque algo comienza ya a oler a rancio por el lado de los pijos. ¿Existe un diseño más pasado que ese tipo con pantalón vaquero, zapatos de tafilete y camisa de seda con chaqueta de cachemit? ¿Hay un ser más agónico que ese joven encorbatado hablando por teléfono desde un BMW? Llega ahora el pop socialista. Los emblemas de la revolución soviética se han convertido en materia de decoración: estatuas de Lenin adquiridas en las subastas de Sotheby's van a adornar los salones más finos de Nueva York, como en los años sesenta los progresistas utilizaban sagrarios comprados en el anticuario para guardar el whisky. Los pintores están incorporando a sus cuadros los harapos de banderas rojas, muchas hoces y martillos, estrellas y carnés del partido para hacer con todo un collage, y eso será objeto de coleccionismo, especulación y trabajos de arte, pero dentro de una década, cuando se cree de nuevo el campo magnético propicio, volverán las ideas de lucha obrera y compromiso intelectual a calentar el corazón de los más modernos, y enseguida detrás vendrán los imitadores llevando una pancarta de los metalúrgicos con el puño cerrado. Los rojos un día serán tan guapos, inteligentes y altos como antes. Lo puede usted jurar.
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