El Barcelona sentenció en una hora pletórica
El instinto le pudo al método en un partido pletórico. El de ayer fue un duelo entre dos concepciones opuestas del fútbol que el Camp Nou, sediento de buen fútbol, supo catar con gusto. La hinchada disfrutó tanto por el resultado como por el juego. El Barcelona de Cruyff, el técnico que aboga y predica por el balompié de ataque, cuajó una hora de juego espléndida que dejó malparado al Kaiserslautern de Feldkamp, considerado como uno de los mejores estrategas de la Bundesliga.La eliminatoria, al fin y al cabo, no tiene otra salida para el grupo azulgrana que la victoria a cualquier precio. Vencer significa ganar tiempo, o sea, poder ir pasando las hojas del calendario de Liga mientras se sueña con disputar otra final de la Copa de Europa, y conquistarla, única alternativa para borrar el síndrome de Sevilla. Visto el partido de ayer, el colectivo barcelonista no necesitará jugar como los ángeles frente a los diablos rojos en el infierno de Betzenberg.
Cruyff, empeñado en hacer historia luchando contra la historia, dijo antes de iniciar esta andadura continental que no hay ningún equipo en Europa capaz de marcarle tres goles a Zubizarreta. Y añadió ayer que es imposible que su propio equipo no marque en campo contrario.
El técnico holandés tiene un descaro brutal. El Kaiserslauterri había asomado por el Camp Nou como un ejército dispuesto a acabar de un plumazo con la delicada transición azulgrana. Frente a un Barcelona rearmado moralmente en el Bernabéu, aunque de aspecto frágil y liviano por su falta de puntería, se erguía un bloque granítico. La resupesta de Cruyff a la arrogancia alemana fue categórica: sólo dispuso un marcador (Ferrer), dos libres (Koeman y Guardiola) y decidió taparlas bandas con dos centrocampistas (Eusebio y Witschge), mientras Stoichkov se situaba como ariete, y los demás llenaban el centro del campo.
La reorganización de Cruyff pareció una invitación al suicidio. El Kaiserslautern. no tardó ni cinco minutos en aposentarse. Mantuvo a los defensas azulgranas en su campo, por la presión de Hotic, Kuntz y Witezeck que no dejaron maniobrar ni a Koeman ni a Guardiola; explotó los uno contra uno del rápido Scherr contra Wistschge por el lateral; y ocupó el círculo central con tal maestría que el Barcelona sólo llegó a los dominios de Ehrmann a balón parado.
Fue en una de estas acciones justamente cuando la contienda dio un vuelco. El árbitro, a instancias del linier, anuló un gol a Nadal por presunto fuera de juego de Stoichkov (m. 23) y el Camp Nou, irritado por una acción que consideró injusta, despertó. La grada, entonces, intimidó. Muchas veces necesitó el Barcelona sentirse mártir para dar notoriedad a sus proezas. Y ahí nació un Barça arrogante. Bakero plantó el compás en el círculo central, se arremangó la camiseta, le dio una brutal patada a Kranz y le mostró su rostro al colegiado mientras le apuntaba con la cartulina amarilla. El grito de guerra de Bakero llevó al grupo a la carga sin respiro. Bakero puso el cuero, Guardiola se abrió un hueco en la divisoria, Laudrup adornó las salidas con tres toques de fantasía, Witschge sacó la zurda, y Begiristain aportó la mirilla.
El Barcelona aceleró el ritmo hasta atropellar al rival. El fútbol de ataque de los locales nunca tuvo una réplica defensiva visitante hasta pasado el primer cuarto del segundo período. El colectivo de Cruyff se jugó el pellejo. Marcar dos goles parecía una cuestión de supervivencia para el grupo azulgrana, obsesionado por su reiterada falta de puntería en las contiendas anteriores. Quizá por eso, cuando sonó el segundo con estruendo, la artillería cesó para dar paso entonces a las agónicas embestidas alemanas.
El Kaiserslautern evidenció que en campo contrario es un equipo que tiene de todo y nada que valga la pena. Puede que en su campo, en su infierno, sean capaces de cualquier gesta. Ayer, sin embargo, evidenciaron una notoria falta de oficio. Se atrincheraron en cuanto el Barcelona les apretó las clavijas y perdonaron cuando tuvieron, por dos veces, la oportunidad de marcar. Hoffmann erró un lanzamiento sin portero (m. 56) y Zubizarreta le sacó otro balón de gol 10 minutos después.
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