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El hermetismo

Que la historia es enigmática lo demuestran los últimos y dramáticos acontecimientos en la Unión Soviética, cuyo sentido sólo se podrá desvelar cuando irrumpa la palabra verdadera, oculta por la confusión y el marasmo de los hechos políticos. La culpabilidad es el secreto que guardan celosamente los hombres. Hermética se dice de una persona de pocas palabras, austera, reservada y que mantiene una distancia de los otros. Suele llamársele también antipática, porque ostenta una expresión adusta y hasta huraña, pareciendo carecer de amigos y sólo tuviese enemigos que le rodean. Puede ser también un personaje misterioso e insinuante, y se le ve andar por las calles hundido en reflexiones, sin mirar el entorno. Otras es desdeñoso, ajeno a la vida e intereses de los demás, incluso a la propia familia. Pero cuando estos herméticos estallan con súbita y violenta cólera, se dice que están endemoniados porque nadie puede explicarse tan repentino arrebato. Como no se incorporan jamás a la sociedad ni se dejan impregnar por los otros, su única forma de manifestarse exteriormente es la violencia, que, por inesperada, sorprende a todos. El hermetismo tiene muchas caras: egocentrismo, egoísmo, ascetismo, narcisismo, orgullo, solipsismo, iniciativa privada, misticismo monacal, espíritu de empresa, burocratismo. Ya lo sospechó José Bergamín cuando escribe La importancia del demonio. "Tenemos, sí, nuestro demonio, como el griego; pero en nuestro demonio, como en el socrático, están todos los de demonios comprendidos, razón por la cual ése, nuestro demonio ( ... ) es él mismo todos los demonios". Paradójicamente, como todos somos unos, al vivir. social y colectivamente podemos aislarnos en nuestra intimidad, crear un yo hermético, separándonos cada vez más hasta transformarnos en células demoniacas que luchan tinas contra otras. Pero ahítos de soledad se vuelve desesperadamente la mirada hacia los otros, multiplicando los encuentros que pueblan de palabras el silencio. Hay muchos caminos a veces tortuosos, para llegar a sentirse seguro en el yo. Así el hermetismo, cuando es ansia de recogimiento para encontrarse a sí mismo, es la vía más perfecta. Pero el horizonte de este hallazgo el a veces tan largo y anchuroso que parece inabarcable. Sólo la conciencia de sí, laboriosa e intensa, puede llevar directamente al yo, sumiéndonos en el retiro y apartamiento de las gentes. Esta soledad crea un hermetismo que puede también subsistir como un interrogarse continuo, lo que es disimulación hipócrita del que se conoce y finge vivir su yo como enigma perpetud, ésta es una desviación del camino recto.El hermetismo es necesario para descubrir el verdadero yo, lo que exige vivir un tiempo como dentro de un frasco de laboratorio. Una vez conocido, nos recogemos en el silencio sabroso de sentirse ser uno, goce de la introspección que salva de la distracción efímera y la dispersión polvorienta. ¿Estamos condenados a mantener secreto nuestro yo, sin poder comunicarnos? "El hermetismo es lo demoniaco" (Kierkegaard), el callar, el vacío.. el yo sin el tú. El bien es la apertura a los otros, la transparencia por el diálogo vivo. Sin embargo, para hablar y entenderse es necesaria la palabra expresiva y luminosa. No se pueden comprender uno a otro sin la clarividencia intelectual, salvo caer en las sombras del desacuerdo o la incomprensión recíproca. Sólo a través del yo real es posible una comunicación positiva. ¿Quiere esto decir que únicamente se entienden los espíritus pensantes, un diálogo entre herméticos?

Cabe, si, imaginar un diálogo intelectual lógico y nada más, lo que constituye un puro aristocratismo espiritualista. Para que cada uno salga de su hermetismo y entregue al otro su recóndito secreto, sólo es posible por un afecto recíproco. La necesidad de comunicación, explica Emilio Lledó en su hermosa obra El silencio de la escritura, proviene de la afección hacia el prójimo que los griegos denominaron philia. El silencio obstinado del hermético hace sospechar que esconde una culpa u oculta un crimen que se resiste a confesar. En Los hermanos Karamazov, Iván habla clara y lúcidamente del odio que siente por su padre, al paso que Alioscha calla, pues sabe que tiene un secreto antiquísimo, el pecado original. El criminal y el religioso son demoniacos porque el silencio puede ser astucia de la reflexión inteligente, o virtud de la pureza ingenua del que todavía se desconoce, el siervo de Dios que se siente criatura y no creador. Entonces ¿el yo es el demonio?, porque á ensimismado no necesita de nadie, se basta a sí mismo como si fuese un dios menor. Hablar consigo mismo es su modo habitual de existir. Luego, no es tan hermético, ya que el monólogo es el proyecto anticipador del lenguaje, comunicativo. Pero lo cruel de este autodiálogo consiste en que no nos dirige hacia los otros, sino que nos encierra todavía más en nuestro ser. Ahora bien, hay dos demonios del yo: el socrático, que nos guía hacia al conocimiento racial, principio generador de toda ciencia, y otro que atormenta y desdobla el yo hasta convertirlo en el otro de sí mismo.

El que se expresa por escrito igualmente calla u oculta su secreto. Todo verdadero autor, quizá sin quererlo ni saberlo, es un hermético. Esta paradoja la analiza sabiamente Emilio Lledó, y dice: "Cada palabra es, hasta cierto punto, la búsqueda de una respuesta". El sujeto que habla aclara muchas dudas al responder a interrogaciones de los que escuchan. Sin duda, el que escribe quiere decir a los otros: "¡Éste soy yo!", pero no lo logra totalmente. Es el hermetismo del Ienguaje escrito frente a la transparencia del hablado. De aquí proviene la necesidad de la hermenéutica, arte de interpretar el texto siempre sibilino y misterioso. El lector es el primero que se esforzará en descifrar el enigma del escritor, pero puede enredarse fácilmente en la complejidad del texto, por ello es necesario Hermes, mensajero de la verdad oculta.

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La fórmula hermenéutica consiste en comprender a un autor mejor de lo que puede explicarse a sí mismo. "El silencio de la escritura requiere la compañía del intérprete para convertirse en voz", afirma Emilio Lledó. Así se explica que este hermetismo, implícito en toda literatura, haya dado origen a una teoría estética de la vanguardia antirromántica y antipatética, que oculta la inmediata e Ingenua realidad exterior y los sentimientos íntimos. Se puede decir que Mallarmé y Valery son los creadores del hermetismo literario y poético, ya que intelectualizar la emoción vela el verdadero sentir. El poema es para ellos el símbolo de una realidad desaparecida ante nuestros ojos y hay que rehacer por la imaginación especulativa, tarea siempre inacabada: "La mer totijours, / la mer toujours recomencée", canta Valery.

Todo el arte de vanguardia se inspira en la ocultación del mundo para recrearlo. Así, los poetas simbolistas y los abstractos renuncian a expresar la particularidad de los sentimientos para alcanzar la universalidad humana que se les revela inaprensible: "Un coup des dés, jamais n'abolira le hassard" (Mallarmé), para expresar que la razón, por más que se esfuerce y luche, no puede suprimir lo fortuito. Sí, eso decía, pero también que el hombre no ceja en su empeño para desvelar el secreto del azar, esencia del hermetismo.

La novela contemporánea requiere ser interpretada para comprenderla. ¿No es el Ulises, de Joyce, el continuo monólogo interior de un personaje que se esconde tras sus máscaras reflexivas? Asimismo, A la búsqueda del tiempo perdido, de Proust, es la historia de la vida de una conciencia solitaria que se examina prolijamente, y los personajes son proyecciones de su yo único. El uso y abuso de la metáfora poética o la imaginación desatada pueden ocultar el verdadero pensamiento, el sentido real de lo que se quiere decir. Poeta en Nueva York, de García Lorca, es una antología de la muerte, disimulada por una tempestuosa inundación de imágenes que ocultan los conceptos trascendentes del poema.

Hay que salir del hermetismo, "abrir las puertas al campo" (Machado), a la comunicación humana por el diálogo sincero, la confesión recíproca de sentimientos para llegar a un entendimiento genuino. Volvamos a sentir pensando, como los románticos alemanes que, sin renunciar al yo privado, lograron una intersubjetividad universal, mediante la reflexión íntima. Aprendamos a gozar los encantos de la comuna, unidad humana que nos aportará siempre novedades sorprendentes y descubrimientos inéditos sobre el ser del hombre.

Carlos Gurméndez es ensayista. Autor de La melancolía.

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